Pablo no me conoce, ni sabe quien soy, pero todos los días alguien a quien quiero mucho me habla de él, es administrador de un policlínico, de esos que la actual situación epidemiológica les ha hecho aumentar sus capacidades y prestaciones.
Lo que antes era sala de rehabilitación ahora funciona como centro hospitalario para pacientes positivos; en los primeros días, el miedo, tan humano y real, detuvo a los trabajadores de la cocina y no quisieron entrar a zona roja para llevar el alimento de los enfermos, Pablo lo hizo.
Cuando apareció la muerte y fue preciso retirar los cuerpos, también hubo reticencias, nuevamente las manos de Pablo estuvieron allí.
A Pablo le corren las lágrimas por las mejillas, cuando sabe que no hay disponibilidad de oxígeno y deben esperar a que llegue a la provincia, él sabe que ese tiempo cuesta vidas y pregunta ¿qué hago? Ahogado por la impotencia, la misma que hoy lo llevó a dar piñazos y patadas contra las paredes porque una compañera de trabajo necesitaba de ese suplemento vital y no lo tenía.
Pablo no es médico y quizás a él no le atribuyan mérito por salvar, pero es de los que da batalla cada día frente a esta pandemia, él también es trabajador de la salud, como lo es esa otra persona que me habla de él y que se empeña en controlar cuanto recurso entra, para que su destino sea el previsto y no otro.
En esta guerra contra el virus SARS-CoV-2 hay muchos guerreros que incluso sin escudo ponen el pecho para recibir ellos las balas, lo hacen por humanismo y solidaridad; como en todo ejército también hay débiles y menos convencidos de la causa, no juzguemos por igual.
Pablo está a más de mil kilómetros de distancia de donde vivo, pero su lucha es por los míos, porque lo hace en Cuba. Quizás algún día pueda conocerlo y darle las gracias, por no vencerse ante las carencias; porque sabe cómo marcar la diferencia entre no hay y no me importa; porque entiende que mañana puede ser él quien necesite de esos sacrificios hechos por otros; porque aunque no pueda llevarles oxígeno se asegura de que reciban los alimentos a tiempo; porque tiene la certeza de que sólo unidos podremos salir adelante.
Quiero conocer a Pablo, porque en tiempos normales, me cuentan que ni siquiera destacaba por su consagración, pero en la crisis sacó a relucir su grandeza, esa que no va de consignas ni simulaciones, sino de poner las fuerzas individuales al servicio de los intereses colectivos.
A todos los que como Pablo se han agigantado, gracias.