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RETRATOS: Los rounds de Manuel

José Manuel Suárez Mora observa con entusiasmo las peleas de los boxeadores cubanos en los Juegos Olímpicos Tokio 2020; alguna que otra vez se apasiona tanto que hasta gesticula con sus puños, como si con ese impulso los ayudara a ganar. Han sido días intensos, que han dejado alegría.

 

José Manuel Suárez. Foto: Agustín Borrego Torres

 

A sus 79 años de edad, Manolito también ha ganado los rounds impuestos por la vida.  Empezó a laborar a los 14 años como ayudante en una bodega, y ahí lo sorprendió el triunfo de la Revolución.

No lo pensó dos veces. Se incorporó pronto a las Milicias Nacionales Revolucionarias, desde donde participaría en la Lucha Contra Bandidos, en el Escambray y además tendría uno de los rounds más transcendentales de su existencia: participar como artillero en los combates de Playa Girón. A su lado cayó uno de sus compañeros; otros sufrieron quemaduras por el napalm lanzado por los aviones tripulados por pilotos mercenarios. La victoria en menos de 72 horas en las arenas de Girón fue la medalla de la cual hoy todavía se enorgullece.

“Después retornamos a la base naval Granma. Un día se apareció el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz y nos reunieron a todos. Estuve entre los jóvenes seleccionados para ir a pasar un curso en la antigua Unión Soviética. Luego permanecí cinco años en la Marina de Guerra”, manifiesta.

Curtido por el sol y con experiencias suficientes, quiso probar suerte junto a uno de sus hermanos, en un taller de instrumentos médicos, ubicado en el municipio capitalino del Cerro. “Me hice tornero y al poco tiempo me trasladé para Cubana de Acero, donde trabajé 25 años”. Recuerda que, en ese centro, se destacó como innovador y alcanzó varias veces la condición de Vanguardia Nacional. “En ese sitio preparé a muchachos interesados en la tornería”.

Manuel detiene la conversación. La memoria lo traiciona. A su lado, Ana María Aday, su esposa durante 50 años, le ayuda a precisar detalles.

 

Con tesón, Manuel ha ganado los combates de la vida Foto: Agustín Borrego Torres

 

“Un día me llamaron del hotel Habana Libre. Necesitaban un tornero para laborar en el taller de mantenimiento y me fui a probar suerte. Después me propusieron ser ayudante de cocina y lo acepté, en esa plaza me jubilé”.

¿La tornería o la cocina?, le preguntamos. Ana María responde por él. “Claro que la tornería, de cocina aprendió poco, en casa lo hago todo yo”, y sonríe, mientras subraya sus cualidades como padre, abuelo y esposo. “De hecho nuestro hijo Alfredo es chef gracias a la influencia que tuvo de su papá”.

Ahora está en otro de esos rounds que todo el mundo enfrenta: la batalla contra la Covid-19. “Nos cuidamos mucho, cumplimos las medidas de protección”, alega él e insiste que aún tienen metas que cumplir. El matrimonio perdió a su hija Yanet, y hoy comparten la crianza de los dos nietos (de 14 y 9 años), a los que se entregan con la sabiduría de los años y el amor de siempre. Quizás alguno de esos muchachos sea tornero, o tal vez chef de cocina, al abuelo aún le quedan fuerzas para enseñar.

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