Tokio.- No falló. Jamás dudamos que lo haría. Pero este 2 de agosto lo confirmó sobre el colchón con la confianza de siempre y la victoria más esperada. Mijaín López es el más grande gladiador en la historia de los Juegos Olímpicos con cuatro oros consecutivos. Leyenda de Herradura, leyenda de Cuba. Y los dioses olímpicos hoy volvieron a reverenciarlo.
Otra vez se repitió la fuerza del gladiador feliz, pero nunca abusivo. Entre llaves, empujones, agarres y volteos, con la sonrisa y el baile, Mijaín salió a disputar, quizás, su última pelea en estas lides. El georgiano Iakobi Kajaia sabía de antemano que él nada podría hacer. Cumplía el protocolo del espartano. Salir a luchar en una final de seis minutos, en los que a la mitad ya estaba condenada su sentencia.
Mijain no sacó el extra porque el único rival que podía hacerle resistencia (poder no significa ganar) ya lo había eliminado en semifinales. Le marcó a Iakobi los puntos necesarios y su forma física no parecía la de un veterano de 38 años. En el Makuhari Messe vimos a japoneses corear junto a los cubanos: “Mijaín, Mijain, Cuba, Cuba, Sí se puede, Sí se puede”.
Todos ya conocían la historia. Los periódicos y las televisoras la habían amplificado desde horas antes. Un luchador del Caribe, el hijo de Leonor y Bartolo, estaba imponiendo récord de oros olímpicos. Ni el gran Karelin pudo conseguir esto. Y faltando 15 segundos el georgiano no presentó más combates. Mijaín escuchó el conteo final del tiempo que coreaban sus compañeros desde las gradas.
Se le vio bajar la cabeza. Soltó un suspiro de 29 años. Han pasado ese tiempo desde la primera vez que entró a combatir en un gimnasio rústico de Herradura hasta el santuario japonés que hoy lo abrigaba. Y comenzó el festejo. Primero a su entrenador Trujillo, luego con una mano cargó a otro soberbio inspirador para él: Filiberto Azcuy, el primer doble titular de esta disciplina en Cuba.
Tuvo un gesto final antes de bajar el colchón. Saludó a cada uno de los árbitros, jueces y demás personal que había tenido que ver con esa pelea. Se enfundó la bandera y la estrella lucía solitaria, mojada y brillante sobre su hombro. Gritó con su vozarrón: ¡Soy yo, Viva Cuba! Le esperaba una batería de periodistas jamás vista en las salas del Makuhari Messe.
Una llamada del presidente cubano fijó el mensaje final en la noche que será interminable de mensaje, felicidad y abrazos. “Campeón, eres la inspiración, eres la dignidad de Cuba, eres el mejor. Has hecho una proeza deportiva, sin marcarte un punto. Con cubanos como tú uno siente un orgullo tremendo. Ponle corazón”.
Mijaín ya no suda. Prometió pensar si llegaba a París 2024 por un quinto oro que lo siente en el escalón de lo imposible para quienes vengan detrás. Y cuando las cámaras se apagaron, las fotos y los selfies hicieron lo suyo. Pero el gigante pinareño seguía sonriente y a su lado, sin apartarse, seguían los dioses del Olimpo.
Acerca del autor
Máster en Ciencias de la Comunicación. Director del Periódico Trabajadores desde el 1 de julio del 2024. Editor-jefe de la Redacción Deportiva desde 2007. Ha participado en coberturas periodísticas de Juegos Centroamericanos y del Caribe, Juegos Panamericanos, Juegos Olímpicos, Copa Intercontinental de Béisbol, Clásico Mundial de Béisbol, Campeonatos Mundiales de Judo, entre otras. Profesor del Instituto Internacional de Periodismo José Martí, en La Habana, Cuba.
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