Ahora parece fácil contarlo y recordar sus zancadas. Ahora cada uno recuerda dónde estaba aquel día o cuándo fue la primera vez que vimos esa carrera. Era 29 de julio de 1976. El estadio olímpico de Montreal veía entrar a Alberto Juantorena primero en 400 metros con 44.26 segundos. El doblón dorado era único e irrepetible pues cuatro dias antes había ganado en 800 metros.
Quizás nada eternice más ese momento que las manos en alto de Juantorena. Era la expresión de felicidad, pero también de un pais cargado sobre sus hombros. La hazaña atlética llevaba muchos autores aunque la hayan conseguido dos piernas y un corazón que desde entonces nunca más salió del alma del cubano. Decir que corrimos todos o que corremos cada vez q vemos esas dos carreras es un lugar común. Pero es también poesía deportiva sin rima y que se aprende fácil y de memoria.
Muchos años después conversando con Juantorena pude lograr que recordara cada minuto de ese dia. Desde que se levantó hasta que cruzara la meta. Durmió bien. Desayunó lo de siempre. Calentó los músculos. Escuchó música cubana. Y cuando se ubicó en el bloque de arrancada pensó solo en una idea: Cuba. «Ese impulso es el mayor extra de un atleta. A esa familia, a nuestras amistades, a ese pueblo nos debemos y por eso siempre pensé en ellos».
Han pasado 45 años exactamente y aunque hoy Alberto Juantorena es uno de los iconos del deporte cubano y de América por esa proeza sobre las pistas nada lo hace más humano que sus sueños, esos que hizo realidad desde su natal Santiago de Cuba a su inolvidable Montreal; desde el baloncesto que practicó primero hasta el atletismo que lo encumbró; desde el ejemplo y el sacrificio; desde su respeto, fidelidad y amor por su gente.
Esta delegación cubana en Tokio tiene en este acontecimiento y en Juantorena la inspiración para colocarse en los respectivos bloques de arrancada y soñar, soñar….