Dentro de lo más puro, consciente y humilde de las filas de la Ortodoxia se gestaba la avanzada de la revolución necesaria: ellos fueron los protagonistas del Moncada, la Generación del Centenario de Martí.
Y fueron ellos los conductores del proceso revolucionario, porque como expresó el Comandante en Jefe, la tarea correspondía a nuevos comunistas, sencillamente porque no eran conocidos como tales y no tuvieron que padecer en el seno de nuestra sociedad infestada de prejuicios y controles policiacos imperialistas, el terrible aislamiento y la exclusión que padecían los abnegados combatientes revolucionarios de nuestro primer Partido Comunista. La nueva hornada de libertadores serían los continuadores de la lucha.
En un principio, la disposición del grupo de jóvenes lidereados por Fidel fue apoyar como soldados a cualquier fuerza que se opusiera a la dictadura, pero muy pronto se convencieron de que los dirigentes políticos burgueses no hacían otra cosa que engañar a las masas y decidieron entonces asumir ellos mismos la responsabilidad de llevar adelante la Revolución.
El movimiento insurreccional que se gestaba no nacía de la nada, ni era producto de la mente de un hombre, sino que echaba raíces profundas en la historia de Cuba y respondía a las condiciones objetivas existentes en el país en aquel momento.
Era la continuación de la lucha iniciada en Yara y en Baire, pero su objetivo no se limitaba ya a la liberación nacional, sino que a ese propósito se unía el combate contra la explotación capitalista y el yugo neocolonial impuesto por el imperialismo yanqui.
El mérito histórico de Fidel y de los jóvenes que iniciaron aquel 26 de Julio la lucha por la libertad, fue, precisamente, interpretar y aprovechar esas condiciones objetivas. Ello los convirtió en impulsores del movimiento revolucionario.
Revés táctico convertido en victoria estratégica
Con la toma del cuartel Moncada, apoyada por el asalto al cuartel de Bayamo, los organizadores del Movimiento pensaban controlar la ciudad de Santiago de Cuba y poner en pie de guerra a la porción oriental del país, cuna de nuestras tradiciones patrióticas.
Inmediatamente se darían a conocer las leyes revolucionarias y se convocaría al pueblo a la lucha contra el tirano. Si no se lograba sostener la ciudad, se iniciaría la lucha guerrillera en las montañas de la Sierra Maestra.
Pero la acción del Moncada fracasó por razones imprevistas. La tiranía convirtió el cuartel en una verdadera cámara de torturas y ahogó en sangre el gesto heroico de los asaltantes.
A través de un juicio plagado de falsas acusaciones, el dictador pretendió apagar los últimos ecos de la hazaña, pero la camarilla batistiana no pudo evitar que el máximo dirigente del Movimiento, Fidel Castro, denunciara en su formidable autodefensa, el carácter sangriento y entreguista del régimen y expusiera ante los sorprendidos soldados que custodiaban la sala, el programa de lucha que a partir de entonces presidiría el curso revolucionario.
Este inesperado resultado, contrario a los propósitos de la tiranía, trocó el revés táctico del Moncada en una victoria estratégica.
En primer lugar porque destacó nacional e internacionalmente a Fidel Castro como la figura principal de ese movimiento y además porque mostró al pueblo y al mundo que existía un núcleo combatiente organizado, dispuesto a luchar hasta morir por conquistar la libertad.
Ello contribuyó a elevar poderosamente el espíritu de lucha de las masas y demostró que había otro camino para resolver los problemas de Cuba, que negaba la solución de pacto y componenda con el gobierno propugnada por los elementos politiqueros.