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Tokio 2020: la noche se hizo de color y fuego

Tokio.- Todo pasó de rojo a azul, de azul a rojo, a las 8 en punto de la noche del 23 de julio del 2021. La alfombra del Estadio Olímpico de esta ciudad, las luces en el primer balcón, los colores del techo, los fuegos artificiales del inicio. El deporte había esperado por vez primera cinco años, en lugar del tradicional ciclo de cuatro de una Olimpiada, para volver a juntarse. Y lo había conseguido, a pesar de la pandemia, de los escépticos, de un mundo patas arriba.

Inauguración de los XXXII Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Foto: Roberto Morejón, periódico Jit, Inder.

Había calor y fuego, aunque el público estaba disperso en un espacioso estadio solo para relatar, contar, hacer periodismo, desde la suerte de vivir una ceremonia inaugural en la que algo faltaba, pero no se podía violar. La gente amable de esta tierra, los organizadores casi perfectos, veían el espectáculo desde afuera, en sus casas. No respiraban el ambiente ni se escuchaban sus voces, aunque horas antes de las 8 se habían tirado centenares de fotos en los alrededores del estadio con los cinco aros olímpicos.

Animados por esa historia milenaria que los hizo crecer en el trabajo, en el deporte, en la economía y en la cultura, la estampa de la vida japonesa desfiló apresurada en los primeros minutos. ¡Qué gran país! Capaz de levantarse de guerras, bombas nucleares y concentrarse en salir adelante. Gracias a eso le dio la bienvenida a los Juegos Olímpicos en 1964 como primer país asiático en hacerlo. Y gracias a eso lo hacen hoy, 57 años después.

En la tribuna de prensa, había conversado horas antes de romper la monotonía de la espera con un colega argentino que nos arregló el continente en cinco minutos y demostró que ellos traen ahora más de 160 atletas, pero terminarán más atrás que Cuba con 69 nombres. Es en ese momento que uno comprende cuánto vale la historia, la resistencia, los hechos, lo incuestionable, y siente orgullo de haber nacido en Cuba.

Y se emociona al ver a Mijaín López y Yaimé Pérez sonreír con nuestra bandera en sus manos cuando mencionan el nombre de nuestro país. Ella de rojo, él de blanco. Nadie las defiende mejor que ellos hoy, ganen o pierdan dentro de unos días. Al final estas lides cuatrienales son disfrutar, para vencer y caer, para sembrar amigos, esos que como Torre de Babel andante salieron a desfilar y compartir con el calor y el fuego.

Y se llenaron de más colores la noche. Al azul y rojo inicial le salieron de acompañantes verde, gris, carmelita, amarillo, gris, naranja. También trajes típicos, atuendos calurosos para un archipiélago y rituales imprescindibles como bailes y amuletos religiosos. A todas las delegaciones las mascarillas no podían quitarles las sonrisas, saltaban por encima para iluminar los ojos.

Ahora quisiera volver al libro que una vez leí en el que Pablo de la Torriente encontraba la palabra coqueta y revuelta para contar un momento inaugural de los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Nadie como él para acabar con el tedio y el aburrimiento de descripciones que encuentran su punto cumbre en el encendido del pebetero. Tampoco fue la excepción este viernes 23 de julio.

Diseñada al más clásico estilo moderno y japonés, punto hermoso y culminante de la ceremonia fue la irrupción encima de nuestras cabezas en el estadio de 1824 drones al compás de lmagine, de John Lennon. La composición en blanco y azul de nuestro globo terráqueo era precisamente eso: el llamando al amor, a la imaginación, a la vida.

Anunciado con antelación por buena parte de la prensa local, la tenista Naomi Osaka completó la noche con la sorpresa mejor guardada: el encendido del pebetero. Antes, el emperador de Japón, Naruhito, dejó inaugurada la XXXII edición. Y solo entonces a la bahía nipona le salió una llama y con ella los Juegos Olímpicos comenzaron a respirar oficialmente.
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