“El asalto al cuartel Moncada, expresó Fidel, no significó el triunfo de la Revolución en ese instante, pero señaló el camino y trazó un programa de liberación nacional que abriría a nuestra patria las puertas del socialismo.”
Ello fue posible por una parte, porque, como subrayó el propio Fidel, si bien el Movimiento 26 de Julio no era comunista, sus organizadores sí habían tenido oportunidad de leer las obras de Marx, Engels y Lenin, y estaban fuertemente influidos por el pensamiento marxista-leninista.
Al referirse a lo que para ellos representó la lectura de estos textos, Fidel señaló: “Fueron para algunos de nosotros guía, doctrina, medio de comprensión, sin los cuales habríamos estado desprovistos de verdades absolutamente esenciales en un proceso revolucionario”.
Los principales dirigentes del Movimiento veían en esas ideas “la única concepción racional y científica de la Revolución y el único medio de comprender con toda claridad la situación de nuestro propio país”.
Y esos jóvenes influidos por la ideología científica del proletariado ¿estaban divorciados de la clase obrera? ¿Quiénes integraban el grupo revolucionario que se lanzó al asalto de la segunda fortaleza militar de la tiranía?
Los sectores jóvenes que se integraron activamente al Movimiento procedían de las masas de trabajadores, campesinos, desempleados, subempleados y de las capas medias, los caracterizó Armando Hart. Incluso, la mayoría de los combatientes procedentes de las capas medias estaban socialmente ubicados en sus capas pobres. En los miembros del Movimiento, resaltó, se revelaba un marcado odio contra la burguesía.
Además, la causa enarbolada por aquel grupo de combatientes era la causa de las masas explotadas de nuestra patria y es por ello que logró aglutinar en torno a sí a los obreros, a los campesinos y demás capas humildes del pueblo.
Con el propósito de unir a los elementos más revolucionarios del proletariado y enfrentarlos a la traidora dirigencia gansteril que se había apoderado de los sindicatos, el Movimiento creó el Frente Obrero Nacional (FON) y promovió el desarrollo de huelgas, como la del 9 de abril de 1958 y la del 1.º de enero de 1959 que contribuyó al derrumbe final de la tiranía.
Como resaltó el Comandante en Jefe la acción militar y la lucha social y de masas estuvieron estrechamente vinculadas en sus concepciones desde el primer instante.
También es importante destacar que pese a los prejuicios ideológicos de la época, generados por la propaganda anticomunista del imperialismo yanqui, la nueva generación de combatientes que surgía profesaba un profundo respeto y una gran admiración a los heroicos militantes del partido de los comunistas que durante años heroicos y difíciles habían luchado por el cambio social.
Un golpe que arrasó con las aspiraciones del pueblo
Desde la instauración de la república en los albores del siglo XX, el país había atravesado por sucesivas etapas de “desgobiernos” burgueses, cada vez más corruptos y entreguistas.
Los frutos del sudor del pueblo iban a parar a los bolsillos de la clase dominante y principalmente las arcas de los monopolios estadounidenses. Había transcurrido medio siglo en que bajo el manto de una engañosa opulencia a manera de vitrina, se ocultaba un país en el que se enseñoreaban el hambre, la incultura, la insalubridad y el desempleo como consecuencia de la explotación y de una economía deformada para servir a los intereses imperialistas. A ello se sumaban el latrocinio y una escandalosa corrupción administrativa.
Esa era la cruda realidad de los “dorados” años cincuenta, cuando surgió la figura de Eduardo Chibás quien con su prédica de honradez administrativa y su consigna de Vergüenza contra Dinero logró atraerse una gran parte del pueblo, descontento con la situación nacional.
El movimiento de carácter cívico-político encabezado por Chibás, aglutinado en el Partido Ortodoxo, no atacaba las verdaderas raíces de los males del país, pero para aquel pueblo confundido por la propaganda anticomunista, para unas masas cuyo pensamiento no rebasaba las concepciones democrático-burguesas, esas ideas encarnaban la única posibilidad de cambio.
En vísperas de las elecciones de junio de 1952, la Ortodoxia, que además de su amplio respaldo popular iba a ser apoyada por los comunistas, tenía el triunfo asegurado.
Aunque ello no suponía el advenimiento de grandes transformaciones sociales, propiciaba al menos un campo más fecundo para la actuación de los revolucionarios.
Pero el golpe de Estado del 10 de Marzo arrasó con las aspiraciones de los sectores más honestos del pueblo y ascendió al gobierno una tiranía militar aupada por el imperialismo yanqui.
Esa situación crítica contribuyó a definir a los distintos partidos políticos y a forjar a la futura vanguardia del combate por nuestra segunda independencia. (continúa)