Dos episodios protagonizados por Alfredo López, líder de oficio tipógrafo y alma de la Federación Obrera de La Habana y de la Confederación Nacional Obrera de Cuba (Cnoc); y por el secretario de gobernación del dictador Gerardo Machado, Rogerio Zayas Bazán, dan la medida del temple del primero, que nunca se doblegó ante las amenazas de sus opresores.
Luego, durante la entrevista, el enviado del régimen le sugirió un entendimiento cómplice, y el sindicalista le replicó: “Usted y yo nunca podremos entendernos, porque usted representa a un gobierno al servicio de la burguesía y del imperialismo; y yo represento al proletariado explotado por ellos”.
Cuando el visitante intentó convencerlo presentándose como un abanderado de la honradez y el orden, Alfredo no lo dejó continuar al recordarle sus tiempos de jugador empedernido en Camagüey. De ese encuentro salió furioso Zayas Bazán, pero no sería el último.
Alfredo había batallado por la legalidad del Sindicato de la Industria Fabril y a la Audiencia no le había quedado más remedio que fallar a su favor. Al Gobierno no le convenía la actuación de ese sindicato, no obstante Alfredo convocó a una gran asamblea en el cine Margot para fijar sus normas de funcionamiento, por lo cual fue encarcelado.
Al ser llevado ante Zayas Bazán al día siguiente, este le expresó amenazante que solo tenía dos caminos: marcharse del país y no continuar con la agitación de los trabajadores, o la muerte; a lo que el interpelado reaccionó con el aplomo que lo caracterizaba y un gesto muy suyo, según narró uno de sus contemporáneos: “Pues voy a que me asesinen”.
Días después, apresado nuevamente, fue presentado ante el segundo jefe de la policía secreta Desiderio Ferreira, quien irritado ante la actitud impasible de Alfredo cuando lo convocó a abandonar la lucha, le lanzó una amenaza: “Si no abandonas los sindicatos, tu cabeza te huele a pólvora”.
Sus compañeros, preocupados, le aconsejaron marchar al extranjero para librarse de la persecución y la muerte, sin embargo, él afirmó invariable: “Yo no puedo abandonar a los trabajadores”.
Julio Antonio Mella fue testigo de la confianza que estos tenían en su líder: “Al escenario del Centro Obrero llegaba él con su corbata blanca, su traje oscuro, el único que se le conocía, y todos tenían la sensación de quietud y alegría de quien está seguro de lo que va a pasar. Y cuántas veces fueron a buscarlo a su mesa de trabajo para presidir una junta porque algo grande y necesario parecía que faltaba”.
En la noche del 20 de julio de 1926, mientras se dirigía al Centro Obrero fue interceptado por un auto, del cual salió un esbirro que le propinó un golpe en la cabeza con un hierro. Lo condujeron al Castillo de Atarés, donde fue arrojado a una fosa abierta y rematado con dos pesados pedruscos. Durante siete años Alfredo engrosó la fatídica lista de los desaparecidos. Su suerte se conoció tras la caída del régimen machadista. No llegó a cumplir los 32 años.
Según la prensa de la época una manifestación de más de 25 mil personas acudió a su entierro. Muchos otros se incorporaron en el trayecto de la comitiva. Era el homenaje merecido a quien había entregado su vida a la causa de los trabajadores.