Ese sí es nuestro malecón habanero, el que reunió desde el amanecer en la explanada de la Piragua a una inmensa multitud patriótica en defensa de la Revolución este sábado 17 de julio, no el malecón egipcio que mentirosamente mostraron las redes (antisociales) en uno de sus muchos intentos de su ciberguerra por tergiversar la realidad cubana.
Y la concentración de más de 100 mil capitalinos no pudo ser mayor por la excepcional situación a que nos somete la pandemia, pero era necesario para darles un tremendo guantazo a nuestros enemigos sobre la verdadera disposición de la mayoría de los cubanos.
A la memoria de muchos acudieron seguramente aquellas impresionantes y compactas marchas por el litoral capitalino encabezadas por el invicto Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, para poner en alto la dignidad patria ante la entonces oficina de intereses de Estados Unidos.
Un compatriota me comentó que el acto de este sábado le recordaba aquellos que, cuando no existía la amenaza del coronavirus, reunieron a un mar de revolucionarios en las celebraciones por el Primero de Mayo.
Y lo ocurrido junto al malecón capitalino podía vincularse al Día Internacional de los Trabajadores no solo por comparación evocadora sino por hechos concretos, porque en la cercanía estaba el monumento al Maine, que en la actual coyuntura revela detalles que adquieren un gran simbolismo.
Fue precisamente el Primero de Mayo de 1961, tras la victoria contra la invasión mercenaria organizada y financiada por Washington, que se materializó el acuerdo de derribar, de lo alto de ese monumento, el águila imperial y los bustos de tres políticos estadounidenses que acompañaban la estructura.
El ave rapaz, símbolo del codicioso vecino del Norte, presidió durante mucho tiempo el monumento a las víctimas de una explosión que, como bien destaca la inscripción colocada posteriormente en su base, fueron sacrificadas por la voracidad imperialista de apoderarse de Cuba. Los tres políticos defenestrados representaban al presidente William McKinley, quien declaró la guerra a España como paso previo para la intervención; Leonard Wood, gobernador de nuestro archipiélago durante la primera ocupación estadounidense; y Theodore Roosevelt, artífice de la política del Gran Garrote que legitimó en la política exterior de Estados Unidos el uso de la fuerza para defender sus intereses.
Así la historia demuestra la continuidad de una lucha contra las apetencias del imperio que este sábado se reafirmó en el clamor de los manifestantes contra el bloqueo genocida, las agresiones y la violencia y la proclamación de nuestro derecho a la paz, la independencia y la soberanía.
Allí, junto al querido General de Ejército Raúl Castro Ruz y al Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez, continuador de la obra que iniciaron Fidel y Raúl en el Moncada, los patriotas expresaron su irrenunciable decisión de darlo todo por la libertad.