A unos días de la final de la Eurocopa hay en Wembley un tufo a sangre que amenaza con perdurar un tiempo.
Los vikingos daneses venían conquistando espacios, empoderados con cada saqueo, arrasando con aquellos que los habían subvalorado.
Su arribo sonaba ya a través de los susurros de los mares y, como una vez hicieron sus antepasados, llegaron a territorio británico para intentar conquistar lo que creían que les pertenecía.
Los ingleses se sentían preparados. Wembley era territorio sagrado y no podían vencerles en las narices de su pueblo.
La furia vikinga comenzó sorprendiendo las imponentes defensas locales. Un bloque compacto, cual muro de escudos, se defendía de las embestidas de los caballeros sajones por las bandas, y avanzaba hasta el otro extremo del campo.
Así sembraron el pánico cuando un trallazo de Damsgaard en un libre directo estremeció las redes de la portería custodiada por Pickford. Como si fuera sangre, los daneses olían la duda y trataban de asediar en la euforia para sacar más provecho.
Sin embargo, resultó imposible. Un descuido en la retaguardia conllevó a que se igualara la contienda. Hasta los campamentos vikingos se metió Saka y sirvió un balón que provocó el autogol de Kjaer.
La batalla se tornó larga, de poder a poder, hasta que a los nórdicos les duraron las fuerzas.
Gareth Southgate esperó a que los invasores se desgastaran y fueran perdiendo poco a poco a sus mejores efectivos: Damsgaard, Dolberg, Delaney, Christensen…
Fue entonces que Kane, Sterling, Grealish, Foden, Walker y Shaw se encargaron de extenuarlos aún más a base de velocidad, haciéndolos correr de manera estéril. Solo Schmeichel los mantenía en pie.
Y Schmeichel casi se sienta en la mesa de Odín y los dioses paganos luego de un penalti más que dudoso; pero pudo más la fe de Kane, quien tras ver que le detuvieron la ejecución llegó primero al rebote y la mandó a guardar.
El campo de batalla de Wembley rugía al ver agonizando a sus rivales, que, heridos de muerte, no dejaron de intentarlo y cayeron sosteniendo su espada con la ilusión de llegar al Valhalla.
Hay un tufo a sangre en Wembley. Sobre esa grama cayeron unos vikingos que vendieron cara su derrota y los ingleses, crecidos, sueñan con empezar a construir su imperio.