¿Quién mejor que Aracelio Iglesias, bracero de los muelles desde la adolescencia, para entender la explotación a que estaban sometidos sus compañeros de labor por parte de las empresas estadounidenses y cubanas radicadas en el puerto habanero?
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Logró que se implantara la lista rotativa en el puerto, lo cual daba oportunidad de trabajo para todos los estibadores. Al declararse la rada capitalina como puerto único durante la Segunda Guerra Mundial consiguió que se decretara el subsidio por paro portuario, lo que protegía a los trabajadores del sector del resto del país. Otra batalla ganada fue que, ante el intento de introducir sin regulaciones en el transporte marítimo los ferris y Seatrain, una fórmula moderna que reportaba grandes utilidades a las empresas navieras, consiguió la aprobación de un reglamento que establecía una proporción entre la carga, el número de trabajadores necesarios y los jornales, para evitar el despido masivo.
Esta última no fue una pelea fácil. Nilo Izquierdo Valdés, quien muy joven se inició como estibador en el muelle de la World Line, donde conoció a Aracelio, narró que en una ocasión la locomotora se acercó al muelle, enganchó los vagones y planchas que había en el ferri allí anclado, y se dispuso a emprender el viaje, pero fue imposible porque cientos de hombres acostados sobre la línea férrea se lo impedían. Cuando el jefe de la policía marítima se acercó para obligarlos a despejar la vía, el recio dirigente portuario le expresó haber sido quien los mandó a tenderse, y así estarían hasta tanto él les indicara levantarse.
Bajo su liderazgo los portuarios incrementaron sus salarios, se les reconoció el pago del descanso retribuido y la semana laboral de 44 horas con pago de 48, además de otros beneficios.
Semejantes logros irritaban a los representantes de la clase dominante, como lo demostró la conocida discusión por mejoras salariales que sostuvo con el entonces ministro del Trabajo, Carlos Prío Este, muy molesto, espetó al líder de ébano: “Ven acá, ¿tú te crees que eres el dueño de los muelles o qué?”, a lo que el sindicalista le dio una contundente respuesta: “¿Y tú te crees que eres el dueño de Cuba o qué c…?”.
Muchos percibieron la amenaza embozada tras el calificativo del Zar Rojo del puerto de La Habana que le endilgó a Aracelio el senador Bradley, portavoz de los intereses navieros yanquis.
El 17 de octubre de 1948, una vez que el líder portuario acababa de concluir una reunión en la sede del sindicato de los obreros portuarios de la Empresa Naviera de Cuba, un grupo de pistoleros irrumpió en el local y le disparó. Tuvo fuerzas, antes de morir, para identificar a sus atacantes. Dos de ellos respondieron por el crimen años después ante la justicia revolucionaria.