Fotos: Heriberto González Brito y Joaquín Hernández Mena
Desde los primeros momentos de la aparición de la COVID-19 en el país, la dirección del Estado y las autoridades de Salud Pública han hecho énfasis en el estricto cumplimiento de la disciplina individual como antídoto que contribuye a prevenir el contagio y contrarrestar la propagación del SARS-CoV-2.
[image_carousel source=»media: 268996,268997,268998,268999,269001,269002,269003,269004,269005,269006,269007″ crop=»5:4″ columns=»2″ spacing=»no» align=»left» max_width=»750 px» captions=»yes» dots=»no» link=»image» autoplay=»4″ speed=»slow» image_size=»full»]Y aunque han transcurrido 15 meses del enfrentamiento al peligroso virus, quizás para algunos puede parecer que “llueve sobre mojado” el hecho de recalcar sin descanso e interiorizar la necesidad e importancia de cuanta medida resulte necesaria aplicar o continuar aplicando por nosotros mismos.
Un vistazo al entorno de cada día muestra que mientras muchísimas personas en las calles y lugares públicos cumplen con las normativas higiénico-sanitarias dirigidas a prevenir la transmisión del virus, sin embargo, persisten indisciplinas que propician el contagio con el patógeno. Una de ellas es el uso incorrecto del nasobuco a dejar desprotegidas la boca y la nariz.
Sostenibilidad y rigor son dos acciones cardinales en el combate contra la pandemia. La protección no está de más, ya sea en el hogar, la vía pública, centros de trabajo o cualquier ambiente social. Pasarla por alto y estimar que resulta innecesario y hasta tedioso subrayar el deber de cada quien para asumir con responsabilidad lo establecido es, sin dudas, darle paso a la indolencia y a sus nefastas consecuencias.