Los juntan en la evocación el mismo día de nacimiento: 14 de junio; e idénticos ideales que los llevaron a convertirse en paladines de la libertad de Cuba. Y ambos fueron cubanos: Antonio Maceo por haber visto la luz en esta tierra; Ernesto Guevara, oriundo de Argentina, porque el pueblo por el que batalló sin tregua desinteresadamente, le otorgó, agradecido, esa ciudadanía.
“No nos entendemos”, ripostó viril Maceo cuando el enemigo le propuso aceptar la paz sin independencia ni abolición de la esclavitud, y con su protesta en Baraguá mantuvo en alto las banderas de la Revolución.
De soldados fueron ascendiendo a los más altos grados militares, y se ganaron el respeto y la admiración de la tropa. No fue casualidad, sino confianza en su brillante ejecutoria la que los llevó a protagonizar, en dos siglos diferentes, la hazaña de la Invasión de Oriente a Occidente.
Cuando muchos de sus contemporáneos no percibían el peligro de la intervención de Estados Unidos en la guerra de Cuba contra España, Maceo alertó que “mejor es subir o caer sin su ayuda que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso”. Che fue testigo de la justeza de la temprana advertencia del Titán de Bronce y en su mensaje a los pueblos del mundo en la Conferencia Tricontinental declaró: “Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo (…)”.
Los unió también un profundo sentimiento internacionalista. Maceo pidió que una vez conquistada la independencia de Cuba se le permitiera pelear por la de Puerto Rico, y el Che dejó atrás su obra inmensa en su segunda patria para luchar en otras tierras.
Mas la mayor coincidencia que los juntó en la historia fue el haber alcanzado el escalón más alto en la especie humana: el de revolucionarios.