Los cambios en la sociedad tienen necesariamente un proceso de maduración, antes que se les reconozca como norma por la inmensa mayoría, y pasen a formar parte luego de su ordenamiento jurídico.
Los tiempos de las personas son, sin embargo, mucho más breves; y por eso conseguir completar ese ciclo extenso de transformación social puede depender de múltiples factores.
Pero no por ello nadie debe renunciar a promover nuevas ideas y visiones más progresistas que contribuyan a la felicidad humana, ya sea que le sirvan para sí o porque queden como legado para las generaciones subsiguientes.
Quienes desde hace ya mucho más de una década abogamos por diversas causas que vinculan con varios temas sociales bien complejos, estamos de plácemes por la voluntad política expresada en la nueva Constitución, de dar un salto cualitativo en el reconocimiento legal de realidades ya existentes y validadas por las ciencias, que vinculan con el ámbito familiar.
Por eso nos gusta mucho ese eslogan de Ahora sí, una de las frases que animan tales preparativos desde las redes sociales en Internet, con el propósito de enfatizar en la importancia de modernizar y actualizar la ley de 1976, muy revolucionaria en su momento, pero ya superada en muchos aspectos.
Dotarnos de un nuevo Código de las familias que, como enunciara recientemente el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel, responda a todos los preceptos constitucionales y realmente constituya un avance en materia de concepción de la familia en Cuba, es la oportunidad exclusiva que tenemos por delante.
Lo conseguiremos con seguridad, porque será la cosecha del trabajo de muchas instituciones, grupos de activismo social y profesional, y personas comprometidas, así como de la sensibilidad y empatía de gran parte de nuestra ciudadanía, que en primer lugar tiene como valor la solidaridad y el respeto, a la par del sentimiento y las ganas de hacer el bien, para ofrecer una vida más plena a todos sus integrantes.
Contradicciones las hay y las habrá, pues es natural que así sea. No por gusto llevamos años en un ardua labor educativa, formativa y de construcción de un nuevo consenso, que no querrá decir nunca unanimidad, pero sí la validación de enfoques más inclusivos y justos, que no dejen a nadie detrás en materia de derechos y oportunidades.
Una Revolución socialista como la nuestra tiene también la responsabilidad de retomar esa vanguardia en los procesos de emancipación colectiva e individual de los cuales fue pionera desde su triunfo en 1959, cuando las condiciones y conocimientos eran mucho más limitados, pero no hubo dudas en apostar por el empoderamiento de las mujeres, la dignificación del campesinado o el enfrentamiento al racismo sistémico que heredó del capitalismo.
La sociedad cubana sí está preparada para un Código de las familias del siglo XXI, revolucionario y realista, que responda a la diversidad y el humanismo que nos caracteriza. Coincido entonces otra vez con la exhortación que se nos lanza desde las redes sociales: ahora, sí.
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