Estados Unidos no demoró en crear las condiciones para someter a Cuba tan pronto comenzó el siglo XX. Ocupaba militarmente el país cuando el 27 de febrero se aprobó por el Senado la denominada Enmienda Platt, una adición a la Ley de Créditos del Ejército, que recibió inmediatamente el voto positivo de la Cámara y fue sancionada por el presidente el 2 de marzo.
El contenido injerencista del engendro legislativo generó un gran movimiento de protesta en la Mayor de las Antillas.
Ese repudio se reflejó en caricaturas de la época, como la que ilustra este artículo bajo el título Asalto y robo. Suceso escandaloso se muestra al Tío Sam encañonando a Cuba con la Enmienda Platt. A su lado el dibujante colocó los frutos del hurto: el tesoro nacional, la entonces llamada Isla de Pinos (arrebatada arbitrariamente del archipiélago); el saco de carbón (por la exigencia de entregar parte del territorio cubano para bases navales o carboneras), a lo que se sumó un ratón royendo la Resolución Conjunta, donde hipócritamente Estados Unidos había declarado que “el pueblo de Cuba es, y de derecho debe ser, libre e independiente”.
Otra caricatura de la época identifica la Enmienda Platt como La píldora amarga que el pueblo cubano era obligado a tragar.
Y fue precisamente para “dorarles la píldora” que el gobernador militar estadounidense Leonard Wood invitó a una cacería en la Ciénaga de Zapata a los miembros de una comisión creada por la Asamblea Constituyente, quienes después de elaborar la Carta Magna de la futura República, debían abordar el carácter de las relaciones entre ambos países. Los integrantes de la comisión consideraban que esta tarea no les competía a ellos sino al futuro gobierno de la República, pero así lo exigía el interventor.
En la cacería Wood le dio a conocer a la comisión una carta del Secretario de la Guerra estadounidense Elihu Root, con elementos a tener en cuenta a la hora de redactar su propuesta, y casualmente en esas recomendaciones estaban las ideas fundamentales de lo que se convertiría días después en la Enmienda Platt.
La reacción de los delegados a la Convención Constituyente fue rechazar semejantes “sugerencias”, y en un extenso y argumentado informe declararon que “Nuestro deber consiste en hacer a Cuba independiente de toda nación”.
Conocida es la batalla del pueblo y de sus representantes más dignos para evitar que se agregara a la Constitución cubana ese lastre que mermaba nuestra soberanía.
Sobre ello Wood le escribió quejoso a su presidente: “Hay unos ocho, de los treinta y un miembros de la Convención, que están en contra de la Enmienda. Son los degenerados de la Convención, dirigidos por un negrito de nombre Juan Gualberto Gómez, hombre de hedionda reputación así en lo moral como en lo político”.
Aunque sustituyó posteriormente la palabra degenerados por agitadores, no pudo disimular su racismo hacia un cubano intachable, entregado por entero a la causa de la independencia.
En una valiente ponencia, el hermano mulato, como lo calificó el Apóstol en Patria, denunció: “Reservarse a los Estados Unidos la facultad de decidir ellos cuándo está amenazada la independencia y cuándo, por lo tanto, deben intervenir para conservarla, equivale a entregarles la llave de nuestra casa, para que puedan entrar en ella, a todas horas”. Salvador Cisneros Betancourt manifestó en su voto particular: “la Independencia absoluta o nada.”
La aprobación definitiva del apéndice injerencista se produjo el 12 de junio de 1901, con un resultado de 16 votos contra 11. La República nacería aherrojada al poderoso vecino del Norte.
La Revolución expulsó de esta tierra a los representantes del imperio, que no ha renunciado a su pretensión de recobrar sus privilegios perdidos. Para doblegarla ha recurrido a hijas “aventajadas” de la Enmienda Platt, como las leyes Torricelli y Helms-Burton, y a un férreo bloqueo. Dedican cada vez más millones a la subversión interna apoyada en neoanexionistas mercenarios que actúan a contrapelo de la decisión de la inmensa mayoría de los cubanos de construir el socialismo. No acaban de convencerse de que los patriotas cubanos no cederemos ni un ápice, pues como dijo Martí: “Pueblo que se somete perece”. Abundan los Juan Gualberto dispuestos a luchar por una patria libre sin amo.
Acerca del autor
Graduada de Periodismo. Subdirector Editorial del Periódico Trabajadores desde el …