Derechos que son añoranzas en otras partes del mundo para la infancia, son cotidianidad en Cuba, certeza con la que ya han crecido varias generaciones nacidas en esta isla, al margen de carencias materiales y diferencias sociales.
Hace más de un año nuestros niños y adolescentes, se enfrentan a situaciones excepcionales provocadas por la COVID-19, es cierto que la limitación de movimientos y distanciamiento físico son más complejos de llevar en esas edades, y que sus rutinas fueron modificadas drásticamente, pero la familia ha de hacer más por el cuidado y protección de ellos.
Llevamos semanas escuchando como diariamente más de un centenar de pacientes en edades pediátricas resultan positivos al SARS-Cov-2, y eso deja mucho que desear sobre el rol que estamos desempeñando padres y tutores en el cuidado.
No siempre hay negligencia, pues la alta capacidad de propagación del virus es uno de los factores que impide su control, pero si vemos a niños jugando en la calle, incluso sin mascarillas; si se repiten las imágenes en redes sociales de celebraciones y festejos a rostros descubiertos; es harto evidente que falta responsabilidad en el manejo y protección de los infantes.
De nada servirán lamentaciones, arrepentimiento y lágrimas; y aunque la mayoría transitan la enfermedad sin mayores complicaciones, también estamos viendo la otra cara de la moneda; ser flexibles con ellos en el cumplimiento de las medidas higiénico-sanitarias, no es un acto de tolerancia, es como ponerlos a jugar la ruleta rusa, especialmente si tienen otros padecimientos que pueden agravar el cuadro clínico.
Poco sabemos sobre las secuelas de la COVID-19 y están por ver a largo plazo las consecuencias, aunque los vaticinios de los especialistas no son nada favorables, y es esta otra razón de fuerza mayor para preservar el bienestar de los pequeños, porque el futuro que sueña la familia puede verse lastrado por este motivo.
Lidiar con una pandemia a tan corta edad sólo es posible con el acompañamiento permanente, y si los adultos ya damos muestras de fatiga física y emocional, pues para ellos es peor. No podemos dejarnos vencer, porque no lo haríamos en otras circunstancias y pensar que no tiene por qué tocarnos o tocarles el contagio, es un acto de credibilidad extrema con probada ineficacia.
Para que nuestros niños vuelvan a la escuela y recuperen su cotidianidad, aunque sea llevando mascarillas, para que llegue el momento en que puedan iluminarnos con sus sonrisas y los abrazos no lleven el susto del riesgo, ahora debemos mantenerlos protegidos.
Y hoy en el Día Internacional de la Infancia, no tenemos que batallar por ganarles el derecho a la educación o la salud, urge que con rigor les mantengamos a salvo para que un acto de “flojera” no devenga en tragedia y puedan crecer disfrutando de las conquistas ya hechas y otras que deberán forjarse con su empeño con el paso por la vida, esa, que bajo ningún concepto podemos poner en riesgo.