El bulbo, la dosis, la aguja, la piel, la enfermera, el protocolo, la ciencia, el ser humano, la vida. Así de justa y certera es la intervención sanitaria que se lleva a cabo estos días en la geografía nacional con uno de nuestros candidatos vacunales. Pero detrás de un pinchazo hay muchos nombres, y la COVID-19 tendrá que aceptarlos sí o sí.
Están los científicos que no durmieron o que soñaron con este momento contra el reloj de la impaciencia, para que los enfermos sean menos y las muertes disminuyan. Están los doctores y todo el personal médico, en zona roja o en el fragor diario, que han sido los primeros en poner sus hombros para seguir salvando a niños, adultos y ancianos; al trabajador y a la ama de casa; al campesino y al artista; a Cuba y a otros pueblos hermanos.
Abdala y Soberana, es cierto, no son vacunas todavía. Lo serán cuando todo lo probado cumpla el rigor internacional. Pero lo serán. Nadie tiene dudas de que el potencial biotecnológico creado por la Revolución, ideado por su Líder Histórico Fidel Castro Ruz, y materializado en decenas de vacunas nos salvará otra vez.
Sin embargo, no podemos quedar huérfanos después de más de un año batallando contra una pandemia. Uno, dos y hasta tres dosis no serán suficientes para volver a la normalidad si al mismo tiempo se desata la indisciplina y olvidamos que nasobucos, distanciamiento físico y medidas higiénicas rigurosas en casas y centros laborales son complementos que no pasan por una aguja, sino por la mente de cada persona.
Para que los números de enfermos bajen, para que regresen abrazos y saludos sin codos ni puños, para que un país recupere su vitalidad educacional y su alegría en parques y playas, por solo citar dos ejemplos, necesitamos ese pinchazo de estos días. Es la fuerza de un país, diría el cantautor. Es la esperanza de muchos, rezan abuelas y madres. Es la verdad convertida en patria, escuché decir a una joven en televisión.
Lo más humano de esta intervención sanitaria y nueva fase de lucha contra la COVID-19 sigue estando también en las horas de insomnio e inteligencia de miles de trabajadores que transportan o producen esos candidatos vacunales; cargan, distribuyen y aseguran las jeringuillas y demás materiales. De nosotros queda la confianza y el agradecimiento. Y una imagen más: el aplauso anticipado por tanto amor en un soberano pinchazo.