El son no necesita reivindicaciones: es un género vivo, en permanente evolución. En Cuba todos los días se toca, se canta y se baila el son. Y se compone un son de altísimo vuelo y raigales credenciales.
La celebración el pasado 8 de mayo del Día del Son Cubano, una iniciativa del maestro Adalberto Álvarez muy bien recibida por muchísimos músicos nacionales y extranjeros, reconoció el legado inmenso de una de las más auténticas expresiones culturales del país. Porque el son, más que un género, es una cultura.
Embajador de la música de este archipiélago en el concierto universal, hace casi una década fue declarado patrimonio cultural inmaterial de Cuba. Y se trabaja en su expediente para la declaratoria de la Unesco. Pero estas condiciones, que son importantes, en todo caso reconocen una presencia, un impacto popular, una influencia decisiva.
La práctica cotidiana, el diálogo permanente con otros géneros y expresiones puntuales de la música, garantizan una flexibilidad en sus pautas, en la concreción del hecho musical, que lo enriquecen, que no lo desvirtúan.
El son, está comprobado, no va a morir. Hay que garantizarle siempre su espacio de privilegio. Se lo ha ganado.