Hay quienes profesan un poderoso vínculo hacia su trabajo. Es una lealtad incondicional, casi familiar. De sangre. Un sentimiento de gratitud hacia esa semilla que sembró el destino, el amor o la tenacidad. Una de esas personas es Rolando Acebal. Su historia se puede escribir de diferentes maneras. Narrada por cada uno de los que le rodean en el día a día.
Dicen que si de boxeo se trata lo tiene todo claro: la táctica, el estudio del rival. Cuentan también que cuando el sueño lo visita le susurra algunas de las ideas que mantienen a los púgiles cubanos entre los mejores del mundo…
“Soy de Guantánamo, de Realengo 18. Guajiro y a mucha honra”, nos refiere con tono humilde mientras percibe el aroma de la tierra y cómo el viento le murmura confidencias a las copas de los árboles, que responden con el susurro de sus ramas. Las hojas caídas, de diversas tonalidades de verde y mustio gris crean una crujiente alfombra, que escoltan nuestros pasos en la finca Holveín Quesada, cuartel general de la selección nacional.
“A los 13 años me bequé en Santiago de Cuba. Allí empecé a entrenar con toallas, cosas de muchachos”, aclara, y en su semblante se dibujan las facciones de tiempos felices. “Un año después —prosigue— marché hacia la Epef (Escuela de Profesores de Educación Física), de Holguín. Fue un período de estudio y práctica, no de alta competencia.
“Me gradué de entrenador en 1978. Ya son más de 42 años de labor”, asevera con el orgullo marcado en el rostro. “Primero con los escolares, más adelante en la academia provincial guantanamera, de la que soy fundador, y desde donde contribuí a la formación de varios campeones. Luego fui promovido como jefe de entrenadores al equipo nacional…”.
Los rayos del sol atraviesan con su filo la frondosidad de los árboles. Crean coloridas fajas brillantes, las cuales, al tocar con su ardor la tierra húmeda, son las aliadas perfectas de un grupo de pájaros de color marrón oscuro, que con aspecto nervioso y furtivo libran su particular festín contra los insectos. ¡Todo un espectáculo de supervivencia!
“Jamás imaginé que ocuparía este cargo”, expresa nuestro protagonista devolviéndonos a la realidad y ajeno a la batalla que se origina en el suelo. “En el 2009, durante un evento en Camagüey, me citaron para venir a La Habana. Escogieron a distintos compañeros. Fui el elegido. Es mi éxito más preciado”.
Acebal se mueve rápido. Camina erguido, eso le hace parecer más alto y atlético. Luce un pelado militar, lo que acrecienta su aire de hombre recto y tenaz.
Siéntense, nos dice, y entramos a su oficina. Es algo pequeña y sin apenas retratos ni cortinas; pertrechada con unos cómodos butacones de rojo pálido. “Asumir esta responsabilidad fue complicado”, aclara, las arrugas de su rostro cobran vida y agudeza. “Entre el 2007 y el 2008 el boxeo cubano sufrió un ligero descenso. Lo encaramos con responsabilidad y valentía. Recibí el apoyo de otros colegas y autoridades, sin soslayar que tenía una sólida trayectoria laboral”.
Se acomoda en su escritorio. Organiza papeles repletos de anotaciones. Echa a un lado un par de bolígrafos. Se desabrocha el cuello del pulóver. Golpea suave el suelo con el pie derecho y habla sobre dos generales de la exigencia y el triunfo.
“Alcides Sagarra y Sarbelio Fuentes son grandes profesores y paradigmas. Todavía encontramos documentos de Alcides que son de utilidad. Nos toca seguir abonando el camino que iniciaron ellos”.
¡Profeeeeee!, el llamado penetra en la oficina y la estremece. “Ahhh, déjame ver qué pasa”, se disculpa con voz amable y se levanta. Toma un par de guantillas de entrenamiento anaranjadas que descansan sobre la mesa y sale. A los pocos minutos regresa. Las coloca de nuevo sobre la mesa y con el antebrazo derecho escurre una delgada capa de sudor que se desliza por su barbilla.
“El boxeo ha cambiado”, asegura y aún de pie recupera el aliento. “Ahora se pelea sin cabecera. La federación internacional pidió proteger a los atletas. Se cambiaron los guantes. Si utilizáramos los del pasado habría más nocauts. Ahora tenemos un boxeo más humano”.
Otra vez sentado en el escritorio, roza las yemas de sus dedos en tono reflexivo, a la altura de su mentón, y sin elevar la voz ni realizar gestos bruscos comenta la abnegación que implica el alto rendimiento.
“Es una vida sacrificada. Hay que privarse de un montón de cosas. Cualquier desequilibrio, por ejemplo, una inadecuada alimentación te pasa factura. La preparación puede llevar hasta ocho horas al día. Sin olvidar otras tareas de gran importancia si se aspira a lo grande.
“Cuando asumimos esta labor —prolonga, se lleva las manos a la nuca y eleva la mirada al techo— tuvimos que cambiar el sistema de preparación. Vivíamos una nueva etapa en cuanto a reglas y ciclos competitivos. El tiempo nos dio la razón”.
El teléfono sobre la mesa suena y nos sorprende. Acebal se excusa y deja escapar una exclamación que denota que esperaba la llamada. La atiende y responde con un susurro. Escribe algo sobre un papel que la punta del bolígrafo casi rasga, y cuelga.
“La familia comprende —afirma y los músculos de las mejillas se le tensan—, sabe de las características y la responsabilidad de esta labor. A mis obligaciones como entrenador se suman la de formar parte del Consejo Nacional de la CTC y la de parlamentario.
“Es un orgullo asumir esos compromisos, pues represento y doy voz a los planteamientos del pueblo. Es una experiencia enriquecedora, y más para mí que soy de origen humilde”.
Hace silencio. Parpadea un par de veces. Se pasa la lengua por los labios como si necesitara tomar agua y arrastrando algunas palabras continúa.
“La escuela cubana de boxeo se fundamenta en su forma de combatir y los éxitos. Los más ranqueados del mundo nos prefieren para entrenar. Tenemos un estilo limpio, de gran belleza y coordinación. Estamos bien orientados desde la base, con reconocidos programas de preparación. A lo anterior se une nuestra idiosincrasia. Y siempre con disposición para evolucionar”.
Su reconocido juicio se impone. Se rasca la barbilla. Sus ojos se alzan sobre el horizonte y reverencian a la leyenda que prestigia el almanaque que cuelga de la pared.
“Teófilo Stevenson es el mejor peleador cubano de todos los tiempos —certifica—. No es quien más títulos logró, pero reunía técnica, elegancia y pegada como nadie”.
Asimismo, le da vital importancia al trabajo en la esquina del boxeador. Estima que desde allí se marca el ritmo de la estrategia. Las pautas a seguir y detalles a corregir durante la pelea.
“¡Bueeenas, aquí está el café!”, interrumpe oportunamente con voz suave una mujer trigueña de porte regio, que luce orgullosa al andar sus poco más de 40 años. Viste una sonrisa blanca y limpia, que juguetea con unos almendrados ojos pardos, y un pelo muy negro, que un pañuelo claro aprisiona. “Tómenselo que está calentico”, lo deja servido en unas tazas de extraños trazos azules, y se despide tarareando una balada de Álvaro Torres, algo desafinada, pero feliz. Le doy un sorbo. Lo saboreo. Acebal se entusiasma como si fuese él quien lo tomara. Mueve el cuello hacia ambos lados estirándose y da pie a nuevas revelaciones.
“Las mujeres tienen derecho a boxear. En lo particular no me gusta”, confiesa con franqueza. “Es un justo reclamo, una necesidad. Cuba es de los pocos países que no tiene selección femenina. Debemos revertir esa situación. Ellas no pierden su belleza por practicarlo. Hay talento.
“Ya están en el arbitraje y lo hacen bien —prosigue y asiente con certeza—; también triunfarán como entrenadoras, no lo dudo”.
Cruza los brazos sobre su pecho, y comparte varias opiniones sobre sus alumnos. “Están bien. Periódicamente les estamos realizando pruebas en el Centro de Investigación del Deporte Cubano”, sostiene, a la vez que las palmas de sus manos intentan aplastar las puntiagudas canas de su cabeza.
“Somos el buque insignia —expone, a la vez que guarda las guantillas de entrenamiento en una mochila—, tanto por los resultados, como por ser ejemplo de desarrollo, organización y trabajo consecuente.
“Seguiremos comprometidos”, exterioriza mientras caminamos hacia la salida de la finca. “Ganar es un deber. Nuestra historia así lo exige”, legitima con un apretón de manos que certifica que para él el boxeo es un poema que inspira, una brújula que orienta y guía. Pues, sin duda, él transpira la pasión de un hombre agradecido.