Pensar que la aplicación de los candidatos vacunales producidos en el país significa que ya llegó el momento para vitorear la victoria definitiva contra el azote de la COVID-19, es una idea triunfalista que puede conllevar a actitudes irresponsables con fatales consecuencias.
[image_carousel source=»media: 261614,261615,261616,261617,261618,261619,261620,261621,261622,261623,261625,261626″ crop=»5:4″ columns=»2″ spacing=»no» align=»left» max_width=»750 px» captions=»yes» dots=»no» link=»image» autoplay=»2″ speed=»slow» image_size=»full»]Si bien son muy alentadores los avances y resultados que se aprecian en el programa de vacunación en la Isla, el distanciamiento físico y las medidas sanitarias –incluida el uso obligatorio del nasobuco- son antídotos que continúan y por mucho tiempo continuarán siendo como barreras de contención en aras de coadyuvar a detener el avance de la pandemia.
Ejemplos existen para mostrar la responsabilidad individual en el actuar cotidiano. Podemos observarlo en aquellas personas que a diario transitan por nuestras calles o viajan a bordo de un vehículo.
También hay que decir que todavía persisten indisciplinas en la conducta de quienes no asumen el cumplimiento de las normas sanitarias y echan a un lado la percepción de riesgo y, por si fuera poco, la del peligro potencial.
El objetivo de la vacuna es favorecer el aumento del sistema inmune del organismo (lo que comúnmente llamamos “defensas”) ante la enfermedad. Vale recalcar que el actuar responsable de cada persona constituye deber supremo en el combate frontal contra la pandemia.