Sobre la mesa de trabajo, el ingeniero Manuel Lara Rousseau tiene un grupo de instrumentos quirúrgicos: fijadores y separadores de huesos. Los coge en sus manos y los muestra. “Es una solicitud que nos hicieron del Hospital Ortopédico Docente Fructuoso Rodríguez, para ver si los podemos producir”, dijo y empezó a desgranar parte de su historia, que lo han llevado a convertirse en uno de los indispensables en su colectivo.
Cuando Rousseau llegó a la empresa Metal-Mecánica Varona, en La Habana, empezó a laborar como ayudante en el taller de maquinado. “Tenía 21 años y había concluido el Servicio Militar. Allí me aceptaron: barría el piso, lo que hiciera falta”, recordó.
Pero fue por poco tiempo. Él estaba dispuesto a encauzar su vida y aprovechar las oportunidades que se le abrían. “Era una época maravillosa, había una fiebre de estudio y de superación tremenda. Los compañeros de la sección sindical se acercaban a los jóvenes y les preguntaban por qué no se incorporaban a los estudios. Yo no había terminado el preuniversitario y entré a la Facultad Obrero-Campesina que radicaba en la propia entidad. También se ofrecían muchos cursos de soldadura y pailería, entre otros.
“Enseguida me entusiasmé, se respiraba un buen ambiente, y yo tenía ganas de estudiar, no me detuve. En 1977 empecé en la Ciudad Universitaria José Antonio Echeverría (Cujae) y en 1984, por el curso de trabajadores, me gradué como ingeniero mecánico”, manifestó. Activo miembro de la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores (Anir), expresó que son incontables los trabajos en los que a participado y que han devuelto la vitalidad a equipos y maquinarias.
Entre los proyectos que ha tomado parte mencionó la fabricación de la zaranda para la selección de carbón, el filtro para producir glucosa destinado a la empresa Labiofam y las pipas para la Planta de Cloro Sosa, en los dos últimos casos, en la provincia de Cienfuegos. Confiesa que le gustan los retos, los trabajos difíciles. “No sé qué hubiera sido de mí sin esta escuela, sin ese reto constante. Siempre tenemos cosas que idear, en las que aportar. El innovador no descansa, usted se va para su casa con una idea y a veces me despierto en la madrugada, pensando en lo que dejé sin concluir, y buscándole solución”.
Según afirmó, no se detiene, siempre hay algo que hacer. Y aunque ya las canas surquen su cabeza, el entusiasmo se mantiene, enriquecido por la experiencia que le permite aportar tanto a su empresa como a la economía del país.