Entre el olor a melaza y el espíritu rebelde de los obreros del antiguo central Ermita, en la provincia de Guantánamo, se forjó el carácter y la tenacidad de Alfonso Fernández Falcón. Tenía doce años en 1953 cuando se inició en ese ingenio como aprendiz en labores de oficina, gracias a que había alcanzado el octavo grado. “Mi padre, Leonardo Fernández, durante la zafra, era pesador de caña y en el llamado ‘tiempo muerto’, trabajaba como peón de vía y obra».
Aunque aún era un muchacho, recordó el ímpetu revolucionario de esos trabajadores, que desde el inicio de la lucha clandestina tuvieron una activa participación hasta el triunfo de la Revolución el Primero de enero de 1959.
“A partir de entonces, me desempeñé como secretario de finanzas de la sección sindical. Un momento muy significativo fue la constitución de las Milicias Nacionales Revolucionarias en el central. Éramos muy activos, muchos de sus jóvenes integrantes formaron parte del Batallón de la Frontera».
Alfonso rememoró los combates de Playa Girón en abril de 1961. Desde finales de 1960, y previendo una invasión mercenaria, ya los milicianos de la región oriental estaban movilizados. El 15 de abril se llevaron a cabo bombardeos a los aeropuertos de San Antonio de los Baños, Ciudad Libertad y de Santiago de Cuba.
“Yo permanecí en el ingenio, junto a otro compañero. Me dieron la tarea de mantener el central funcionando. La mayoría de los hombres estaban movilizados. Fue gracias a las compañeras captadas por la Federación de Mujeres Cubanas, que se mantuvo la molienda en el central. Ahí jugó un papel muy activo Alba Moreno, dirigente de la organización femenina».
“Un maquinista me dijo: ‘Oye, estas mujeres son más eficientes que los hombres’. Y fue verdad, casi ninguna tenía experiencia laboral y demostraron que eran capaces, cubrieron esa zafra con abnegación. Para mí fue una experiencia única”.
A partir de entonces, no hubo descanso. Su tiempo estuvo dirigido a la superación profesional y a cumplir tareas de dirección. “En 1963, participé en el primer curso organizado por el comandante Ernesto Che Guevara sobre la organización de empresas».
Como un momento importante en su vida, señala el año 1966, en que formó parte de los cuadros jóvenes que comenzaron a cumplir funciones en el Comité Central del Partido. “Ese año integré la comisión económica del XII Congreso de la CTC, que estuvo presidida por Ursinio Rojas».
Su huella quedaría en el plan ganadero en la región occidental, hasta ser administrador de la termoeléctrica de Regla, en La Habana, entre otras misiones.
Fue sin dudas, en la empresa de fabricación y reparación de medios de pesar, en la cual permaneció como director durante 23 años donde la impronta de este veterano, quedó grabada. Conocida como Pexac, la entidad está conformada por una red de talleres provinciales que tienen como objeto la calibración y reparación de pesas electrónicas, mecánicas, semiautomáticas, electromecánicas y digitales, entre otros modelos.
A sus 79 años, aún comparte su inmensa experiencia laboral con el colectivo de la empresa Metal-Metánica Varona, en la capital. Subraya que siempre dice que lo principal de un director es trabajar en equipo. “No se logran resultados si no es así”.
Resaltó el papel de esta industria en la sustitución de importaciones y recuerda el pensamiento del comandante Ernesto Che Guevara, quien siempre confió en la fortaleza que tenía el país en este sector. Confiado, expresó, que aún es grande el potencial que existe en la industria cubana para aportar a la economía.
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