Este 31 de marzo, en Cuba se celebra el Día del libro, efeméride instituida en 1981 para evocar la creación, en el año 1959, de la Imprenta Nacional de Cuba, una de las primeras instituciones fundadas por la Revolución para contribuir al desarrollo de la cultura. Tras este suceso, fue publicado el libro Don Quijote de La Mancha, de Miguel de Cervantes, un clásico de la literatura hispana y universal. Por tal motivo entrevistamos a Natalia Bolívar Aróstegui (La Habana, 16 de septiembre de 1934) prestigiosa pintora, escritora y etnóloga cubana, especialista en religiones afrocubanas, una de las autoras más leídas en nuestro país.
A la altura de nueve décadas de vida, usted ha logrado armonizar un universo creador en el que se entretejen la literatura sobre temas afrocubanos y las artes visuales; ambos erigidos sobre sólidas bases de estudios e investigaciones. ¿Siente satisfacción por ese valioso legado a la cultura? ¿Qué le falta por hacer?
—He tenido el privilegio de conocer y trabajar con grandes intelectuales y artistas cubanos que han aportado mucho en mi formación y obra. Realmente me siento satisfecha de haber aportado «algo» a la cultura cubana y no creo que el tiempo me dé para todo lo que me falta por hacer.
Como descendiente de la estirpe de Simón Bolívar, hay una vertiente de su vida poco difundida. Se trata de su trayectoria como combatiente revolucionaria. ¿Pudiera rememorar su activa participación en la organización Mujeres Oposicionistas Unidas y cuál fue el vínculo de esta con la cultura cubana?
—Mi vida como combatiente comenzó mucho antes de la creación de Mujeres Oposicionistas Unidas (MOU). En 1955, me integré al Directorio Revolucionario, de la mano de grandes hombres, como lo fueron: José Luis Gómez Wangüemert, Enrique Rodríguez Loeches, Guillermo Jiménez y Faure Chomón Mediavilla.
Te puedo decir que la lucha insurreccional en La Habana (la que me tocó vivir) fue muy dura, pues existía una constante represión, persecución y asesinatos. El ambiente en la capital era de incertidumbre y miedo. En ese aterrador escenario se fundó MOU. Su objetivo fue reunir a las mujeres cubanas, sin importar raza, origen, clase social y afiliación política (entre ellas había de la Organización Auténtica, Partido Ortodoxo, Partido Socialista, Frente Cívico de Mujeres Martianas, Movimiento 26 de Julio, Directorio Revolucionario 13 de Marzo, etc.). Había aristócratas, profesionales, estudiantes, religiosas, obreras y campesinas, y el objetivo fundamental era derrocar a la tiranía batistiana y lo hacíamos apoyando a los miembros de cualquier movimiento revolucionario en su lucha: brindando amparo a los presos políticos, buscando asilos, aportando dinero, alimentos, ropas, medicinas, socorriendo a heridos o perseguidos, denunciando los ultrajes cometidos por la policía batistiana a niñas y mujeres, que en esa época eran bastante.
Más bien, fue la cultura la que ejerció un importante apoyo al MOU. Recuerdo que en varias ocasiones, grandes artistas plásticos como Wifredo Lam, Fidelio Ponce, Amelia Peláez, José Mijares, Lolo Soldevilla, Ñica Eiriz, Ana Rosa Gutiérrez, Fayad Jamis, René Portocarrero y Mariano Rodríguez, al llamado del MOU, donaron obras originales que vendíamos en subastas clandestinas, y en una ocasión, el Poeta Nacional Nicolás Guillén, nos regaló un poema que si no recuerdo mal, decía: “Cuba, palmar vendido / sueño descuartizado / duro mapa de azúcar y olvido…” y que luego ilustró Mariano, se imprimió en forma de volante y lo repartimos. Todo esto se hacía con el fin de recaudar fondos para ayudar a los combatientes, a familiares de los caídos y a los detenidos por la dictadura batistiana.
¿Qué momentos de su vida como combatiente de la clandestinidad recuerda con más fervor?
—Tengo muchos momentos inolvidables, algunos buenos y otros muy malos. Pero debo reconocer que, en esos difíciles tiempos, lo que siempre me reconfortó fue la unión tan estrecha que existía entre todos, hombres y mujeres conspiradores, éramos una sola persona, actuábamos como amigos y hermanos, porque escogimos el mismo compromiso de vida y nunca tuvimos límites a la hora del sacrificio.
Por orden del Coronel Orlando Piedra, jefe del Departamento de Investigación y supervisor de la policía secreta y judicial, me detuvieron el 18 de julio de 1958 y me llevaron al Buró de Investigaciones donde fui fichada, interrogada y torturada por Julio Laurent. Al salir de prisión Ana Eli Esteva Lora me llevó directo a asilarme en la Embajada de Brasil para recuperarme e inmediatamente pasé al clandestinaje, donde recibí una gran protección y apoyo emocional. Entre mis compañeros estaban Raúl Díaz Argüelles, Gustavo (Tavo) Machín, Alberto Mora Becerra, Julio García Olivera, Joaquín Milanés (El magnífico). Con los dos primeros tuve el privilegio de chequear, organizar y ejecutar el atentado al Coronel Francisco Diéguez, Jefe de la XV Estación de Policía de Marianao.
Un triste recuerdo fue cuando tuve la espeluznante tarea, junto a Martha Jiménez, de identificar, vestir y enterrar el cadáver del valiente Mario Reguera Gómez, un muchacho de apenas 22 años, con quien había compartido un gran cariño y tantas veces me acompañó en difíciles momentos de la lucha.
Otro recuerdo de angustiosas horas, fue cuando le pedí a Nydia Sarabia, periodista y miembro del grupo de propaganda del 26 de julio, que acompañara en el vuelo hacia Santiago de Cuba al escritor Graham Greene, oportunidad que aproveché para enviar con él una maleta con algunas armas, sudarios y abrigos para entregársela a la incansable luchadora Fela Tornés, que las haría llegar a la Sierra Maestra. Por supuesto, él no sabía lo que contenía la maleta y como era inglés no lo iban a chequear. La pobre Nydia fue la que no pudo respirar en mucho rato. Ya de viejas, nos reíamos del inocente escritor.
Hacia la segunda mitad de los años 50 del pasado siglo usted estuvo estrechamente relacionada con dos grandes figuras de la cultura y la etnología cubanas: Fernando Ortiz y Lydia Cabrera. ¿Qué influencia ejercieron estos en su posterior desarrollo artístico y literario?
—En 1955, siendo yo Guía instructora técnica del Palacio de Bellas Artes, Lydia fue llamada para montar las salas afrocubanas en el Museo Nacional y mi madre, sabiendo la inclinación que sentía por la temática, le habló para que me llevara a trabajar junto a ella. Ahí aprendí muchísimo, ella era muy estricta y nos hacía investigar a profundidad, dar conferencias, visitar casas y fiestas de santo. Recuerdo con gran cariño a dos de sus informantes, Odilio Urfé y el Niño Santos Ramírez, fundador de la comparsa El Alacrán, que tanta alegría brindó en los carnavales al pueblo cubano. A esta Sala me dediqué hasta 1958, año en que me expulsaron por “actividades insurreccionales contrarias a los poderes del Estado” y me fui al clandestinaje.
Mi relación más estrecha fue con Lydia Cabrera. Ella y sus padres eran muy amigos de mi familia. Visité a Fernando Ortiz en varias ocasiones, siempre en compañía de Lydia y tuve el privilegio de escucharlos y aprender. Además de la sapiencia de estos grandes etnólogos, muchas otras personalidades han influenciado en mi desarrollo, desde mi nana Isabel Cantero, mi prima Rita Longa, mi tía Natalia Aróstegui, hasta el más humilde hombre o mujer de pueblo, porque de todos ellos he podido sacar una enseñanza y plasmarla en mi obra.
Puede asegurarse que usted es actualmente la más autorizada voz sobre el estudio de las religiones afrocubanas. ¿Cuál o cuáles de sus libros considera que han sido los mejor valorados por los lectores?
—Creo que hay voces tan, o más autorizadas que yo. Existen investigadores, jóvenes y no tan jóvenes, con importantes estudios de las religiones afrocubanas pero su obra, todavía hoy, continua inédita y es una lástima. Estimo que todos mis libros han tenido muy buena acogida por el público lector y religioso, pero considero que Los Orishas en Cuba, ha sido el título por el que me identifican… Recuerdo que en tiempos del Período Especial, tuve que ir a unas de las presentaciones que se hizo en el Pabellón Cuba, montada en la parrilla de la bicicleta de mi yerno, y en plana calle Línea, me gritaron: “Los orishas en bicicleta”… eso para mí fue una satisfacción.
Su erudición ha trascendido a casi todas las artes: el cine, el teatro, la literatura, las artes plásticas… ¿Qué tipo de satisfacción le proporciona esta singularidad creativa?
—Como te dije antes, he conocido a muchos artistas y la dicha que me queda es que he tenido muy grandes y buenos amigos que me han invitado a colaborar con ellos. Por ponerte algunos ejemplos, en el mundo del cine: Gutiérrez Alea (Titón), Enrique Pineda Barnet, Enrique Colina, Jorge Perugorría (Pichy), Ernesto Daranas, Arturo Sotto; en teatro: Armando Suárez del Villar, Roberto Blanco; en las artes plásticas: Eduardo Roca (Choco), Moisés Finalé; en música: Sergio y José María Vitier, Juan Antonio Leyva, Magda Rosa Galbán, X Alfonso, el grupo Síntesis y en la literatura con Reynaldo González, Valentina Porras, Carmen González, Naty Revuelta y otros muchos que podríamos llenar cuartillas, pero lo fundamental es eso, tener amistades sinceras.
Sobre el actual “negocio” de la religión yoruba en Cuba y otros países, así como sobre la falta de fundamentos e irrespetuosidades en el ejercicio de la Regla de Ocha, ¿cuál es su criterio?
—Desde mi punto de vista, en todos los ámbitos de la sociedad, se ha relajado mucho el respeto, la educación, la tolerancia, la sensibilidad y las religiones no están exentas de este resquebrajamiento. Antiguamente un padrino o madrina, (en cualquiera de las religiones cubanas de origen africano) tenía la tarea de guiar a sus ahijados por el camino correcto y hacer de ellos gentes de fe. Ciertamente, hoy existen algunas personas que han tomado la religión como un “modo de vida” para resolver sus problemas financieros y están cometiendo atrocidades, sin darse cuenta que por mal obrar inconscientemente, están logrando alejar toda su espiritualidad; pero también es cierto, que existe un alza desorbitante en los precios del mercado y cuando digo mercado, me refiero al precio de los alimentos, los animales, la ropa y el combustible…, todo esto se emplea en las religiones afrocubanas, como también se necesitan para vivir.
Usted está considerada como una de las escritoras más leídas y seguidas por los lectores de nuestro país. Sus libros publicados por la Editorial José Martí, son muy codiciados; de ahí el Premio del Lector recibido por La sabiduría de los oráculos. ¿A qué atribuye ese éxito?
¿Cómo definiría usted a la cultura cubana?
—Para mí, es una efervescencia de pensamientos que se ligan con colores y mucha música.
¿Qué es, para usted, sentirse o saberse cubana?
—Es un gran honor el haber nacido, vivido, sufrido y gozado en esta tierra. Con todos sus pros y sus contras, me siento orgullosa de su historia, de mis antepasados, de su cultura, de su gente y sus tradiciones y si la reencarnación existiera, quisiera renacer en Cuba.
¿Qué insatisfacciones aún tiene Natalia Bolívar?
—Tengo muchas y no te las voy a contar para que no te vayas a atormentar.
¿Desea trasmitirles algún mensaje a las nuevas generaciones?
—Como ya soy una “anciana vulnerable”, definición muy escuchada en estos tiempos de pandemia, y creo que todavía con capacidad para aconsejar, les recomiendo a los jóvenes que estudien y escarben a profundidad la bella historia de nuestro país, y que respeten, sean tolerantes y escuchen a sus mayores que de ellos, siempre algo aprenderán.
[note note_color=»#10a0b4″ text_color=»#ffffff»]Natalia Bolívar se graduó de Bachiller en Ciencias y Letras. En el año 1954 recibió cursos nocturnos de pintura y escultura en la escuela anexa de San Alejandro. Viajó a Nueva York (1955), donde estudió dibujo al natural, pintura y composición artística.
Realizó su primera exposición personal de pintura y dibujo en la galería Nuestro Tiempo, en La Habana. Recibió cursos de Arte Español, Oriental, Chino, Esquimal, Colonial y Cubano; así como sobre Egiptología y Arqueología. Laboró en el Museo Nacional de Bellas Artes como guía e intérprete de inglés y francés.
Con el triunfo revolucionario fue nombrada directora de esa institución. Ganó una beca para estudiar Museología y Catalogación Especializada en los museos de París. Fue funcionaria del Ministerio de la Agricultura, donde continuó su labor artística a través del montaje de exposiciones en centros campesinos de recría, granjas y otros.
Fue directora de diseño para joyería contemporánea cubana en el Banco Nacional de Cuba (1971) y organizó y dirigió (1974) el Museo Numismático. Fue Jefa de Divulgación del Teatro Nacional de Cuba. Asesoró diversas obras teatrales, como Réquiem por Yarini, Santa Camila de La Habana Vieja y Electra Garrigó, dirigidas por el destacado director teatral Armando Suárez del Villar. Participó en la creación y dirección del Museo Napoleónico.
Entre sus libros publicados se encuentran Los orishas en Cuba; Opolopo Owó; Ta Makuende Yaya y Las Reglas de Palo Monte; Cuba Santa; La Muerte es principio, no fin; Quintín Bandera; Ituto: la muerte en la mitología afrocubana y sincretismo religioso (en colaboración con Carmen González Díaz de Villegas); Mitos y leyendas de la comida afrocubana; Orishas, egguns, nkisis, nfumbes y su posesión de la pintura cubana; Ifá: su historia en Cuba (ensayo); Homenaje a los pintores cubanos de la década del 30 y su relación con la cultura religiosa afrocubana; Los perros y los orishas; Orula en el deambular por la antiguas civilizaciones. Leyendas e historias de este orisha mayor; Tributo necesario a Lydia Cabrera y sus egguns.
Ha impartido conferencias y clases magistrales en universidades y otras instituciones de Cuba y numerosos países. Numerosas publicaciones, periódicas y especializadas, de Cuba y varias naciones, han publicado textos de su autoría.
Ostenta la Distinción por la Cultura Cubana. Es miembro de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana y de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. [/note]