El actual presidente de EE.UU. anunció recientemente una revisión de la política agresiva de su predecesor hacia Cuba, sin embargo, tras casi dos meses de Joe Biden entrar en el Despacho Oval, el fantasma siniestro de Donald Trump sigue imperando en la conducta de Washington hacia la mayor de las Antillas.
Psaki expresó, según reportes de prensa, que un eventual cambio de política hacia Cuba no figura entre las prioridades del ahora jefe de Washington, un mal augurio para los intentos de normalización de relaciones entre ambos países que la ex-administración demócrata de Barack Obama inició en su segundo mandato, y que Trump descarriló totalmente.
Y es cierto que la agresividad promovida por el ex-gobernante republicano continúa intacta hasta hoy, pues persisten drásticas medidas coercitivas derivadas de la inclusión de Cuba en la lista ilegal de EE.UU. de naciones patrocinadoras del terrorismo.
Pocos días antes de su expulsión de la Casa Blanca, Trump incluyó nuevamente a Cuba en ese listado espurio, después que Obama la había excluido en 2015.
Igualmente recurrió a pretextos falsos para aplicar más de 240 medidas restrictivas que están causando grandes daños a los cubanos, y que también perjudican a los ciudadanos estadounidenses.
El bautizado peor mandatario de la historia de EE.UU. fue tan impúdico que endureció el viejo bloqueo a Cuba en medio de la pandemia de la Covid-19, con el malintencionado propósito de conseguir estrangularla de una vez por todas.
Las numerosas sanciones que le impuso, como parte del bloqueo, son tan abarcadoras que interfieren en las relaciones de la mayor de las Antillas con terceros países, y en las transacciones comerciales y financieras con empresas y bancos internacionales.
Analistas coinciden en que resulta paradójico que entre los dos cercanos vecinos existan relaciones diplomáticas y embajadas, y la Casa Blanca siga tratando a La Habana como un enemigo, además de que prácticamente sean nulos los intercambios bilaterales y de cooperación.
Los mismos expertos concuerdan de igual modo en que Biden puede hacer uso de las prerrogativas que tiene como presidente y sacar a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo, así como suprimir sanciones que impiden los viajes y el libre flujo de remesas entre ambas naciones.
Agregan que, de similar forma, el ahora ocupante del Despacho Oval puede suspender el Título III de la Ley Helms-Burton, y comprometerse a dejar de aplicar también el IV de esa cruel normativa, impuesta a los cubanos para arreciarles el cerco económico, comercial y financiero.
Biden podría acabar además con la persecución de los suministros de combustible al decano archipiélago antillano, y con los constantes ataques a sus cooperantes de la salud, reconocidos internacionalmente por sus valores humanos y solidarios, lo cual han demostrado una vez más en la batalla contra la pandemia de la Covid-19.
Contra cualquier medida que favorezca el camino de la normalización de relaciones, al menos hasta el punto en que las dejó la administración Obama, están los legisladores anticubanos que apuestan por hacer prevalecer el fantasma de Trump.
Más de 80 congresistas demócratas le han solicitado a su mandatario que revierta la política de Washington hacia La Habana, mientras centenares de cubanos residentes en EE.UU. y millones de personas en todos los rincones del mundo reclaman y aguardan por idéntica determinación. La interrogante entonces es: ¿Será Biden capaz y realmente tendrá intenciones de deshacerse del espíritu perverso de su antecesor?