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¿Habrá salario que aguante?

No dudo, ni descubro el agua tibia, si afirmo que el salario y los precios constituyen dos de las caras más comentadas a nivel popular —aunque no las únicas y ni siquiera las de mayor dimensión— entre las tantas que conforman la inmensa tarea que hoy los cubanos llevamos adelante.

Por largo tiempo reclamo de muchos, ambas aristas —salario y precios— pujan en el refranero popular como las dos palabras del año en el país, de modo tal que un largo catálogo podría escribirse sobre lo que de ellas hablamos.

Si alguna referencia es prácticamente común en los citados comentarios, es que la altura que con total impunidad han asumido los precios va más allá del refrescante y esperado aumento salarial. Llegado este punto pareciera crecer el peligro de no lograrse el éxito previsto. ¡Y eso sería triste, muy triste!

Es conocido: para lograr resultados diferentes, hay que hacer cosas distintas. Y en esto de los precios, no obstante los muchos y recientes intentos, no veo gran diferencia entre ayer y hoy.

No deseo hacer catarsis en el tema, pero observo varios cabos sueltos en la madeja. Y no me refiero en esta ocasión a lo que llamamos precios estatales, ni tampoco a las muy frecuentes barbaridades con el costo de no pocos productos agrícolas, necesitados ambos, sin duda, de un capítulo aparte.

En tiempos de una compleja coyuntura económica, hablo de lo que en cualquiera de las cafeterías particulares o paladares de nuestras ciudades tiene que desembolsar un ciudadano por un pomo de refresco, un dulce, un paquete de yogur, una cerveza, un cuadrito de pollo, una cajita de jugo, u otro sinnúmero de productos, ninguno de estos creado por ese dueño cuentapropista, sino por el Estado, con su financiamiento y el sudor del pueblo trabajador, sin embargo obtenidos por aquel, váyase a ver de qué forma.

Si estoy casi obligado a comprar un pomo de refresco en ¡85 pesos!, un dulce en ¡10 pesos!, una cerveza en ¡65 o 70 pesos!, entonces no puedo menos que pensar que algo anda mal. Y todavía más si la venta se hace a la vista de todos, sin tapujos, sin temor a ser sorprendido in fraganti. ¿Cómo puede ser eso? Pues así es, por dura que parezca esa realidad.

No clamo por una cruzada contra el cuentapropista honesto y trabajador, ¡que los hay, y muchos! Esos son insustituibles. Pero me pregunto si será tan difícil saber quiénes son los que hoy lucran sin rubores y esquilman sin sonrojos. Mientras esos existan no habrá salario que aguante.

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