Fue Lázaro Peña González un insuperable maestro de cuadros sindicales y a la vez un educador formidable de los trabajadores. Y no son adjetivos casuales sino justos, porque sus ideas movilizaron a los humildes desde los lejanos años 30 del siglo pasado en torno a la unidad como palanca de sus reivindicaciones arrancadas en aquellos tiempos a los explotadores; siguieron convocándolos después del triunfo revolucionario para su actuar protagónico ante los desafíos de la sociedad nueva y hoy continúan siendo una brújula que ayuda a marcar el rumbo por el sendero correcto.
Lázaro llamó a las masas laboriosas, ya emancipadas, a pensar como país, cuando habló de “anteponer de manera realista y fecunda, el interés social al personal, convencidos los trabajadores que la solución de los problemas que uno puede confrontar ha de venir de la colectividad, de los éxitos del esfuerzo de todos, del desarrollo de la economía.”
Y enfatizó en el papel del sindicato como la organización de todos los trabajadores, en cuyo seno, subrayó, han de educarse “para elevarse a la altura de las tareas de nuestra clase en el frente principalísimo de la revolución”.
En cuanto a los métodos a seguir por este, señaló: “El sindicato no es para imponer, el sindicato es para convencer. En el seno del sindicato son nulos todos los procedimientos impositivos.” Porque como él mismo señaló, si se recurre a la imposición una parte de los trabajadores, si no vota que no con las manos, vota que no con los pies, o sea, se aísla, se calla, es indiferente y todos los días hace lo que quiere y no lo que se quiere que haga.
Fue el propio Lázaro un maestro del convencimiento, con pleno dominio de las cuestiones que estaba defendiendo, y según su contemporáneo y compañero de luchas Nicolás Guillén, tenía un sentido fino, delicado, realmente cortés para presidir una asamblea, para dirigir un debate, para aclarar un concepto yendo a la raíz, sin herir susceptibilidades, lo que le permitía encauzar la discusión como con mano de hierro bajo guante de seda.
Y como una característica que el sindicato debía cuidar como la niña de los ojos, defendía la democracia sindical: “»Es mejor que siempre se hable, que siempre se discuta, es mejor que siempre haya opiniones, es mejor que se manifieste cada uno. Que se someta la minoría a la voluntad de la mayoría; que se mantenga lo que históricamente ha dado fuerza al movimiento sindical en todas las épocas. El acatamiento de la voluntad de la mayoría por la minoría sobre la base de la explicación”
Enfatizó en la necesidad cada vez más creciente de la capacitación de los dirigentes sindicales para que conocieran de costos, calidad, controles y todos los demás conceptos que se analizaran en los consejos de dirección para que no acudieran a ellos como figuras decorativas sino con capacidad de emitir sus criterios y de proponer soluciones a los problemas.
Especial atención le dedicó a la preparación de las asambleas de producción: «Sin asamblea general no hay democracia y sin democracia la dirección se aísla de las masas. Sin asamblea general no tienen los trabajadores dónde debatir sobre sus ideas, peticiones o inconformidades».
¿Acaso cuestiones tratadas por él no son de interés para los colectivos laborales hoy como la atención al hombre, el ahorro de materiales, materias primas, fluido eléctrico, combustible, evitar roturas en las maquinarias cuidándolas, la contribución de los innovadores y racionalizadores, la importancia de los convenios colectivos de trabajo?
Sobre la función de contraparte de la administración aclaró que la Revolución necesita que los sindicatos sean representantes de los trabajadores no empleados sindicales de la administración. Y agregaba: la empresa tiene que tener facultades de decidir y nosotros, deber de alertar y de propugnar la rectificación de lo que sea erróneo, (…) pero al actuar no olvidemos que es nuestra administración, hay que también que cooperar con nuestra administración, que ayudarle a superar sus debilidades y errores”.
Cuando caracterizó al dirigente sindical más consciente y capaz precisó que no era el que más contradicciones tenía con la administración, sino el que tiene menos, “No porque permita que la administración haga lo que le dé la gana, sino porque sabe actuar para que no pueda hacerlo; del mismo modo que el administrador más inteligente es aquel que menos líos tiene con la sección sindical porque comprende que solo con la cooperación de los trabajadores puede trabajar”.
Son solo algunos conceptos que esgrimió Lázaro que mantienen plena vigencia. Estudiar su pensamiento se convierte en una tarea permanente para los sindicalistas de estos tiempos, quienes no deben olvidar aquellas palabras de su Capitán tan necesarias en momentos de grandes transformaciones en la esfera laboral encaminadas a avanzar en nuestro modelo de desarrollo económico y social en medio de inmensas dificultades:
«Las ganancias de los patronos nos enseñaron que sus capataces estaban en lo cierto cuando nos gritaban: ‘El tiempo es oro’. No olvidemos que ahora, sin el patrono ni sus capataces, sí que el tiempo es oro, rico en creación de bienes para todos”