A través de una micro onda de un carro de la Policía Nacional llegó la señal para la hora cero. Eran las 2 y 40 minutos de la madrugada del 10 de marzo de 1952 cuando se escuchó: “El jefe indio en su puesto”. Sin contratiempo alguno, Fulgencio Batista irrumpió en el Campamento de Columbia –principal plaza militar del país ubicada en La Habana- para entronizar una de las más sangrientas dictaduras en Cuba y Latinoamérica.
La asonada se produjo a 80 días de los comicios para elegir al nuevo presidente de la República, tras finalizar el mandato de Carlos Prío Socarrás, cuyo gobierno estuvo caracterizado por el gangsterismo, la corrupción administrativa, el asesinato y persecución a líderes sindicales.
El Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) se perfilaba como el de mayor popularidad y fuerza, de ahí que tuviera amplias posibilidades de triunfo en las urnas frente al descrédito de los adversarios
Según sondeos de opinión pública, Batista, candidato por el Partido Acción Unitaria (PAU), ocupaba el último peldaño. Carecía de apoyo popular, lo cual evidenciaba que un triunfo electoral le era tan lejano como imposible. Había sido jefe del Ejército en 1934 y presidente de la República entre 1940 y 1944.
Acudió a la estratagema del cuartelazo reaccionario. Tenía la complicidad de sus adeptos: un pequeño grupo de militares en retiro y miembros activos de las instituciones armadas.
La Federación Estudiantil Universitaria fue la más activa fuerza opositora al golpe. Una representación de su directiva llegó al Palacio Presidencial y allí Prío le prometió enviarle armas para rechazar a los golpistas, pero jamás llegaron a manos del estudiantado dispuesto a defender la Constitución de la República.
En medio de la confusión y la amargura reinante en el pueblo emergió la acción del joven abogado Fidel Castro Ruz con un manifiesto al pueblo de Cuba que ponía al desnudo el móvil de la sedición y vaticinaba el camino de la lucha insurreccional como única vía a seguir frente a los protagonistas del zarpazo.
En su enérgica denuncia pública sentenciaba: “No llame revolución a ese ultraje, a ese golpe perturbador e inoportuno, a esa puñalada trapera que acaba de clavar en la espalda de la República”.
Y más adelante proclamó: “Cubanos: Hay tirano otra vez, pero otra vez habrá Mellas, Trejos y Guiteras. Hay opresión en la Patria, pero habrá algún día otra vez libertad”, y sus palabras fueron la clarinada que sirvió de guía para emprender un movimiento insurreccional que durante casi siete años combatió a la tiranía hasta derrocarla como resultado de una Revolución necesaria y triunfante.
Parecen escritas hoy las palabras del líder cubano cuando en el discurso pronunciado en la sesión solemne de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el Primero de enero de 1979, dijo:
“¿Podría ser eterna la tiranía instaurada el 10 de marzo?. ¿Podía ser eterno el dominio imperialista sobre nuestra tierra?. ¿Podían ser eternos la corrupción y el crimen?. ¿Podía ser eterna la explotación despiadada de nuestros obreros y campesinos?.¿Podían ser eternos el vicio y la injusticia?. ¿Podían ser eternas la opresión y la ignorancia?. ¿Podía ser eterno el ultraje a la dignidad humana en nuestra patria?. ¡No!. ¡Mil veces no!”