Desde que el adolescente José Martí definiera en aquel poema juvenil lo que era el amor a la patria, e incluso antes, ese ha sido uno de los valores más preciados y persistentes entre los cubanos y las cubanas de todas las épocas.
El patriotismo como identificación con las ideas más justas y el sentido de la dignidad y la independencia nacional son convicciones arraigadas en la mayoría de nuestros coterráneos.
Pero no todas las personas nacidas en este archipiélago hemos atravesado las mismas circunstancias ni vivido en las mismas condiciones las infinitas oportunidades de demostrar esa pasión por la tierra a la cual le debemos quienes somos, y que muchas veces define qué hacemos y a dónde vamos.
Para la actual generación de jóvenes en Cuba ser patriota resulta particularmente distinto y a la vez igual de retador. No porque la naturaleza y magnitud de las tareas que le corresponden sean diferentes, la juventud dejaría de identificar el patriotismo como una motivación para cumplirlas
Porque no es que haya patriotismos mayores o menores según la coyuntura histórica. La cotidianidad de los empeños en que se debate la mayoría de la población de Cuba siempre ha requerido una gran dosis de sentimientos de amor hacia nuestro país y de sacrificio para lograr, o al menos intentar, la materialización de lo que creemos y defendemos.
No hemos tenido en nuestra historia y tradición, afortunadamente, esa confusión frecuente en otras latitudes entre el patriotismo y las posturas patrioteras que a veces acompañan a las políticas nacionalistas extremas que niegan el valor de la solidaridad, el internacionalismo y el derecho del resto de los pueblos del mundo.
Pero debemos estar alertas. Porque ocurre a veces, por desgracia, que emergen aquí o allá algunas estafas de vendepatrias, quienes quieren camuflar su entreguismo bajo el mal uso de símbolos patrios, o mediante su manipulación oportunista, sin respeto a la historia y los valores que le dan autenticidad a ese sentimiento.
Porque no hay verdadero patriotismo si no existe compromiso y concreción en los hechos cotidianos. Tampoco es imposible concebirlo fuera de esa lógica histórica de nuestro proceso revolucionario, del antimperialismo que nos garantiza la soberanía, ni de la alternativa social humanista que nos aparta de la condición colonial.
Lo óptimo sería que esa condición patriótica que nos inspiran héroes como Martí, líderes como Fidel, o el ejemplo más reciente de los Cinco, por poner solo tres ejemplos, la demostráramos y mantuviéramos toda las personas de buena voluntad, y en particular la juventud, incluso en los momentos más comunes, elementales, sencillos de nuestro día a día.
Múltiples muestras de patriotismo e internacionalismo acontecieron en este último año, como parte de nuestra respuesta a la pandemia de Covid-19 en Cuba y el mundo.
Desde el personal de la salud y de la ciencia, hasta el más humilde trabajador del país, han hecho y hacen gala de su amor a la patria sin mencionarla ni, en muchos casos, percatarse de que esa entrega a ella está detrás de sus acciones.
Y así es como tiene que ser. Asumirlo como una forma intrínseca y esencial de nuestra manera de ser y hacer, para cumplir con la responsabilidad de —sean cuales sean las coyunturas más o menos difíciles que nos corresponda sortear—aplicarlo de forma natural y consciente, en la vida diaria, en el quehacer revolucionario del país y en función de este proyecto social que necesita de tanto trabajo y participación colectiva, De eso se trata el patriotismo que ahora nos toca exhibir, interiorizar y defender.