En las últimas semanas el incremento de nuevos casos de Covid-19 ha alcanzado cifras no vistas antes. Estos nuevos casos han proliferado sobre todo como autóctonos; es decir, cubanos u otras personas que residen en el país. Además, muestran una dispersión mayor, todo lo cual complica en extremo la labor de prevención.
La pandemia es un fenómeno sumamente complejo, en que intervienen múltiples factores, entre los cuales los de carácter social y específicamente los relacionados con la conducta de las personas. De ahí que se aplicaran inicialmente medidas que restringían desplazamientos, reuniones, celebraciones y similares. Al alcanzarse un mayor control de la epidemia, fueron flexibilizadas.
En relación con el retorno al trabajo, donde fue posible se aplicaron formas de organización que permitieron el distanciamiento, como el teletrabajo. Sin embargo, en otros casos, razones de espacio, edificación, tecnología, etc., impidieron modificar el modo en que se realizaban las labores.
En esos casos se aplicaron las medidas higiénicas generales tales como el lavado de manos, el empleo del hipoclorito de sodio, el uso del nasobuco y el distanciamiento social. A la par, como todos los ciudadanos, los trabajadores recibían información acerca de la enfermedad y sus riesgos por múltiples vías. Sin embargo, el repunte experimentado posteriormente ha evidenciado la necesidad de reforzar las medidas aplicadas en un inicio e implementar otras.
El efecto regadera
Pensemos en las instituciones laborales, sean de producción, de servicios o administrativas. Sus trabajadores no necesariamente proceden del mismo barrio, localidad o municipio; lo cual tiende a ser más frecuente en las ciudades más pobladas. Muchos trabajadores pertenecen a más de una comunidad: donde viven y donde trabajan. La comunicación entre el personal de salud de ambas comunidades puede ser limitada o no existir. Este es un hecho que tiene significación para las actividades de prevención.
En el caso específico de la COVID-19 pudiera suceder que un trabajador se infeste con el virus en un sitio determinado una fiesta, una reunión, un contacto casual con otra persona enferma, o circunstancias semejantes. En su centro de trabajo pudiera dispersar el virus entre otros que viven en localidades diversas y estos, a su vez, pudieran trasladarlo a sus familias y comunidades. El crecimiento de la incidencia tendría condiciones creadas para su dispersión autóctona y exponencial. Es lo que llamaría de modo más ilustrativo, un “efecto regadera”.
Si tomamos en cuenta que según datos demográficos se calcula que existen en nuestro país más de cuatro millones de personas que trabajan; es decir, alrededor del 40% de la población. Entonces se comprenderá la magnitud y celeridad que puede alcanzar el fenómeno.1
Percibir el riesgo
El control de la epidemia y su expansión dependen de condiciones objetivas; pero también del modo en que las personas se comportan frente al peligro del contagio. Las precauciones que toman, el cumplimiento de las prescripciones recomendadas, los cuidados y auto-cuidados que asumen, son expresión de la importancia y significación que les conceden. Por eso es tan importante que todos, desde los niños hasta los ancianos, tengamos presente el peligro que constituye la expansión del virus y de la enfermedad, así como tomar todas las precauciones para evitar ser contagiado y contagiar.
La percepción del riesgo tiene un papel decisivo, pero el incremento de una adecuada percepción del riesgo no solo depende de la cantidad y del volumen de información que reciben las personas. No existe una relación directa y lineal entre la información que se suministra y el incremento de la percepción de riesgo. Existe el fenómeno de la fatiga del receptor en que el exceso de información o su reiteración frecuente provocan que se le reste significación, por considerarlo “más de lo mismo”.
La subjetivación del riesgo
Entre la emisión de información, sea una propaganda escrita, televisiva, radial; las conferencias de expertos, y la respuesta de las personas que la reciben, que la ven o la escuchan, existe un proceso intermedio, de carácter subjetivo, a veces con un bajo nivel de conciencia de cómo transcurre.2
Las personas no asimilan la información y los consejos de modo pasivo, ni automáticamente comienzan a comportarse del modo que se les indica. Por lo contrario, son seres activos que analizan, interpretan, elaboran sus propias ideas de su riesgo, de cuán probable es que le toque enfermarse, de la magnitud del peligro. La variedad de modos por los cuales las personas valoran un peligro real y deciden qué conductas seguirán para hacerle frente, es inconmensurable. Sus experiencias, sus emociones, sus expectativas, o la carencia de unas u otras se integran en los juicios que determinan la actitud que asumirá y los cuidados que tendrá, o no. A eso llamo “subjetivación del riesgo”.
Si solo tenemos en cuenta la información que se emite, en un solo sentido, estamos dejando fuera de nuestro sistema de influencias, fuera de nuestro conocimiento y control, el momento decisivo de este proceso por el cual se forma la percepción de riesgo que, por cierto, no es solo percepción, sino además valoración y toma de decisiones sobre la conducta. 3
En los contextos laborales los grupos ejercen sus propias influencias. Ellos son fuentes de creencias y criterios sobre los riesgos vinculados a la Covid-19, de los que se derivan patrones de comportamientos, fueren protectores o no. Los grupos de trabajadores, con sus características psicosociales propias y el nivel de su cultura de prevención, influyen en el proceso de subjetivación del riesgo. El aporte de los contextos laborales pudo contribuir al rebrote de la incidencia luego del masivo retorno al trabajo.
Plan contextualizado de medidas de prevención
Las medidas preventivas deben contextualizarse, tomar en cuenta las particularidades propias del proceso laboral, sus condiciones y de la actividad económica que le es propia. No se encuentra en el mismo riesgo un obrero metalúrgico que un carpetero de hotel, o que un camillero.
Sería de gran utilidad que se elaboraran protocolos de recomendaciones para orientar la elaboración del plan de medidas preventivas propio de cada organización laboral. Las medidas no deben ser de un carácter general e impuestas para ser cumplidas. La construcción de ese plan, precedida de la más amplia convocatoria, ha de ser responsabilidad de todos los trabajadores, quienes, en un ambiente ampliamente participativo, identificarían las circunstancias que en su organización pudieran favorecer el contagio, para luego proponer y consensuar, junto a las medidas generales, otras específicas que las complementen. La supervisión de este procedimiento debe estar en manos de un profesional de la salud, cuyo papel sería la facilitación de los procesos grupales. Un valor agregado de este modo de proceder es que motiva y compromete, lo que favorece su cumplimiento.
Diferenciación de los infractores
En la actualidad observamos que algunas personas no cumplen las medidas prescritas. Las razones pueden ser diversas. Desde quienes violan las medidas con consciente irresponsabilidad, hasta los que creen estar a salvo de la enfermedad. Actitudes temerarias, desafiantes, negligentes; el exceso de confianza, el rechazo a los medios de protección personal, e innumerables condiciones circunstanciales, se manifiestan en conductas que infringen las medidas de protección.
Esas personas no tienen una adecuada percepción de riesgo, pero por causas diferentes. Algunas tienden a atribuir el contagio a causas que no están bajo su control. Ejemplos de ello es la exposición a los descuidos de los demás, tener que asistir a su trabajo, tomar transportes públicos, hacer colas y otras. Otras personas confían excesivamente en el control que definitivamente han de ejercer los agentes de salud, por lo cual no creen necesario poner tanto de su parte. Al atribuir a razones ajenas a sí mismas el riesgo de la Covid-19, muy probablemente harán menos por evitarlo.
No faltan personas que atribuyen el riesgo de contraer la enfermedad a características propias, como la suerte o el destino. Afirman, por ejemplo, “Si está para que me enferme, por más que ponga de mi parte, me voy a enfermar”.
Percibir el riesgo como evitable, en dependencia del control que se ejerza sobre la conducta personal, es la actitud más favorable, consecuente con las prescripciones higiénico-sanitarias.
No es válido ni útil calificar a todos los infractores de irresponsables. Por una parte, constituiría una sobre simplificación que ignora los motivos de las conductas; por otra parte, al atribuir a razones externas a la estrategia de prevención (la irresponsabilidad de los infractores) se la exime de buscar vías para elevar su eficacia. Precisamente, una de estas vías es indagar los motivos de los comportamientos de las personas.
La Salud Ocupacional, en correspondencia con su condición multidisciplinaria, integra especialidades médicas, tecnológicas y disciplinas sociales, y se nutre no solo de los productos de la investigación científica, sino además de la experiencia y el saber de los trabajadores. Nadie mejor que ellos conocen en qué momentos del proceso de trabajo y en qué lugares existen mayores probabilidades de contagio.
Para asumir esta responsabilidad se requiere propiciar la reorganización de la Salud Ocupacional; o mejor decir, a tono con nuestro tiempo, su reordenamiento.
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1 Oficina Nacional de Estadística e Información. Anuario Estadístico de Cuba 2020. Disponible en http://www.onei.cu/ultimas-publicaciones
2 Martínez S . Uso y abuso del término percepción de riesgo. Revista Cubana de Salud Pública 2017;43(3).
3 Román J. La pandemia y las personas: la clave está en el riesgo. Revista Cubana de Higiene y Epidemiología 2020;57:e1017.
*Licenciado en Psicología (Facultad de Psicología, Universidad de La Habana, 1972). Doctor en Ciencias Psicológicas (Facultad de Psicología, Universidad de La Habana, 1990). Especialista en Psicología de la Salud (Instituto Superior de Ciencias Médicas de La Habana, 1997). Máster en Salud de los Trabajadores (Instituto Nacional de Salud de los Trabajadores. La Habana, 2003).