Porque hay manifestaciones de violencia en no pocos hogares y, obviamente, hay víctimas. Porque no siempre hay clara conciencia de las muchas maneras de ejercer esa violencia contra la mujer, contra la pareja, contra el conviviente. Porque algunos (muchos) deciden callar; por temor, por desconocimiento, por prejuicios. Porque hay leyes e instituciones consagradas a la lucha contra esos fenómenos… Por todo eso hay que hablar del tema en los medios de comunicación, aunque a una parte de la teleaudiencia le siga pareciendo “demasiado fuerte y problemático”.
Más problemático es mirar a otro lado o intentar minimizar los efectos de estas agresiones. “Normalizarlas” nunca será el camino.
La segunda temporada de Rompiendo el silencio, que comenzó a transmitir Cubavisión, parte del compromiso con una agenda pública: la voluntad de atender y proteger a las víctimas, de denunciar y encausar a los victimarios. Y sobre todo: de orientar desde el pleno conocimiento.
Eso, a estas alturas, no se logra con eufemismos. Hay que poner el dedo en la llaga.
La teleserie dirigida por Rolando Chiong, que ya tuvo una primera temporada hace algunos años (esos capítulos serán retransmitidos cuando concluya la actual entrega), llama la atención por la amplitud de la mirada. Ahora no se trata solo de las aristas más abordadas del problema, o sea, las asociadas al maltrato de la mujer por parte del hombre. El espectro se amplía con la homofobia, conflictos de la paternidad, agresiones sexuales entre hermanos… y otra cara de la moneda: la violencia que puede ejercer la mujer contra el hombre. Se trata de repasar casos concretos englobados en el gran concepto de la violencia de género.
El arte tiene sus reglas. Conviene siempre no incidir en un didactismo que resultaría agobiante y contraproducente. Conviene apostar por la emoción. Pero con los pies bien puestos en la tierra. Eso parece tenerlo claro el equipo.
El acompañamiento de un espacio previo de información puede redondear el tratamiento determinado de cada capítulo. Mucho más interesante sería enfocar esa información en las peripecias específicas de cada historia, sus implicaciones en eso que llamamos la vida real. Algo que pudiera pensarse para próximas temporadas (ojalá que las haya).
Porque el teledramatizado cubano, sin traicionar sus esencias, aporta mucho más al debate público. Cada género atendiendo a sus potencialidades. Una buena historia, bien contada, conmueve más que una docta conferencia sobre el tema. Y la identificación emocional es el primer paso para la concientización efectiva.
Actores de primera línea se sumaron a un empeño que trasciende el llamado de atención. Es evidente el compromiso del producto, pero su director trató de evitar el tono moralizante. En declaraciones para el sitio de la Televisión Cubana lo deja claro: “Ningún capítulo tiene moraleja. Rompiendo el silencio es una voz, una vitrina para reflexionar, no una clase de moralidad ética ni social. Los capítulos están construidos para llevar a la gente a pensar y debatir sobre estas actitudes”.
De acuerdo: es una voz. Hacen falta muchas más. Desde diferentes ámbitos del saber y la creación. Sobre asuntos tan complejos no puede haber silencio.