La esencia de un Partido es orientar, unir y conducir procesos a partir de compartir varias personas una misma idea. Su fuerza o poder real sigue estando más en lo simbólico, en las convicciones, en la transparencia de sus objetivos, que no significa para nada alejarse de lo terrenal y mucho menos de los problemas de una sociedad a la que se debe y crece como organización política.
En medio del rebrote de la COVID-19, la dirección del PCC ha decidido realizar, entre el 16 y el 19 de abril próximo, su VIII Congreso, cual acto de valentía, respeto y honestidad con sus más de 600 mil militantes, pero sobre todo con un mandato popular consagrado en su Constitución, Artículo 5, como “(…) la fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado”. Y lejos de ser una denominación formal, lo refrendado significa la conexión entre un Partido y su realidad. Así se ratificará dentro de dos meses.
Toca ahora el examen riguroso y autocrítico de lo que cinco años atrás se acordó. Por supuesto, ahí entra la instrumentación de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, discutidos en los centros de trabajo y barrios del país por ser la brújula imprescindible para los cambios que nos propusimos y están en marcha como parte del Modelo Económico y Social de Desarrollo Socialista.
Este será el cónclave de la continuidad, la resistencia y el desarrollo. Una generación histórica dará paso al lógico relevo, que desde las esferas del Gobierno y del Estado ya lo viene haciendo con resultados concretos y un amplio respaldo ciudadano. La vitalidad del Partido igualmente se mide por eso, por sus nuevos líderes, que asumen responsabilidades por méritos y cualidades personales, nunca por cuentas en bancos o componenda de amistades.
Volverá a ratificarse que resistir como Revolución Socialista es sinónimo de derecho y honradez con el pasado y presente de tantos hombres y mujeres que han protagonizado victorias y tropiezos por querer ser diferentes, por querer ser revolucionarios. Resistir es también la única sana visión ante el bloqueo estrangulador del Gobierno de Estados Unidos y una crisis mundial económica que apenas habla de préstamos, intereses y deudas.
La justicia social conquistada y la prosperidad sostenible a la que aspiramos serían páginas para las hogueras si aflojáramos piernas e inteligencia cuando más se invita a claudicar, arrecian las campañas de subversión o se llama al pluripartidismo. Cuba ya conoció de eso último y solo le tributaron miseria, discriminación, sumisión al imperio y corrupción política.
El desarrollo que encontrará espacio de discusión en el Congreso parte de una mayor articulación entre la empresa estatal y los sectores cooperativo y privado —así debe referirse sin eufemismo—; y en cómo llevar de la mano producción y eficiencia sin que ninguna se vaya fuera de la balanza, y la corrupción no corroa el piso.
Los delegados abogarán por esas exportaciones con calidad que nos harán más fuertes; por más alimentos desde nuestros campos y mejores servicios en cada una de las áreas; por el ahorro consciente y la creatividad trascendente o innovación imprescindible. De una vez y por todas debemos entender que la Revolución no se hizo para repartir necesidades, sino para parir oportunidades, crecer en cultura y conocimientos, ser solidarios y dignificar al negro, al campesino, a la mujer, al niño, al obrero, al humilde, como ha venido sucediendo desde 1959.
Hace cinco años, en la última sesión del VII Congreso, el líder histórico de este proceso, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, se despidió con el llamado a que los comunistas emprendiéramos la marcha y perfeccionáramos lo que se debiera, con lealtad y unidad. Así lo hicimos y tenemos que continuar. El Partido no podrá jamás traicionar esas dos claves: ser leal y estar conectado con su pueblo. Partido, Congreso y Cuba son una misma cosa. Por respiración vital. Por amor verdadero. Por la patria de todos.