Por la ventana se veía la cancha de baloncesto en el patio de la escuela, totalmente desierta a causa de la pandemia. Era una tentación para el niño. Sus padres estaban trabajando y el abuelo reposaba. Aprovechó para llamar a los amigos y pasar un buen rato jugando. Cuando el abuelo despertó y no lo vio en la casa se alarmó. Salió a buscarlo y lo encontró, entusiasmado encestando la pelota, y al acercarse notó que él y otros muchachos, sofocados, se bajaban el nasobuco.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó al nieto—. ¿No sabes que no puedes estar en la calle?
—Es que me han dicho que tengo que aprender a convivir con la enfermedad —respondió el infante.
—¿Acaso quieres “vivir” con ella? Convivir significa aprender a cuidarte mientras exista la COVID para que no te contagies. ¡Vamos para la casa! —y exhortó a hacerlo a los demás muchachos, que lo obedecieron de mala gana, tal vez pensando que en otro descuido de los mayores podrían volver a divertirse.
Y es que si en buena parte de los adultos ha disminuido la percepción de riesgo, los niños, sin supervisión familiar, son más propensos a caer en actuaciones irresponsables. Un comportamiento todavía más desafiante asumen los adolescentes, al sentirse independientes. Si en un momento se pensó que ellos no enfermaban, la ciencia demostró que sí están en peligro. El número de enfermos en las edades consideradas pediátricas (hasta 18 años) ha ido creciendo en el país. Solo en el mes de enero se contagiaron mil 624, una cifra superior a todos los registrados en el 2020, y dentro de esta hay lactantes y neonatos. No han ocurrido fallecimientos, pero ha habido enfermos en estado grave.
Alarmante fue el caso de la mujer que se hallaba en una cola amamantando a su bebé. Le llamaron la atención y se retiró hacia un vehículo donde la esperaba quien posiblemente fuera su pareja. Quizás ambos pensaron que ella no tendría que hacer cola por llevar consigo a un lactante, pero no tuvieron en cuenta que ponían en riesgo la salud del pequeño, cuando el hombre podía asumir la compra en lugar de la madre.
Toca a los adultos la responsabilidad mayor para evitar que los menores enfermen, bien sea porque no se tomen en el hogar las medidas orientadas ante una visita del exterior o porque los mayores no las cumplan en los centros de trabajo o en la calle. A todos nos corresponde ser responsables, se impone mantener una vigilancia constante sobre niños y adolescentes para hacerles comprender que la mejor vacuna en estos tiempos es protegerse.