Desde los 17 años, y no llega a 50, Arelys Ramírez Fernández sabe de la pena y el dolor de los demás. Todos los días tiene ante sí momentos familiares muy complejos. Su vida ha estado ligada a los servicios funerarios en Santa Clara y confesó que en ello ha podido conocer al ser humano con todos los matices.
Ha sido testigo de desenlaces fatales de historias pasionales, de otros que han muerto en el cumplimiento del deber, de niños que debieron vivir, de muertes absurdas en accidentes que pudieron haberse evitado, y de quienes por ley de la vida le llegó su hora. Ha visto morir por amor, odio, penosas enfermedades, situaciones súbitas, casualidades absurdas…
Casi no habla, tal parece que el silencio profundo de las ceremonias mortuorias fundó en ella ese mutismo. Su rostro es dulce, su actitud es tranquila, tiene una voz suave, cadenciosa y muy baja. Así ha construido su amabilidad.
“Mi trabajo se desarrolla entre la pena y el dolor de otros; por tanto tengo que aliviar ese estado de tristeza y en ello ser amable, tener sensibilidad ante los problemas de quienes están pasando un momento duro por la pérdida de un familiar querido “, afirmó.
Laboró realizando diferentes funciones en la funeraria Las Villas de Santa Clara, actualmente se encuentra como administradora del Incinerador de cadáveres de Villa Clara donde se creman fallecidos de la región central de Cuba.
“El trabajo en el incinerador es una experiencia única, es una tecnología avanzada de los servicios funerarios, lo brindamos con mucha profesionalidad porque tiene sus requerimientos, el personal está preparado para ello, las ánforas y todo lo necesario para este proceder existen”, explicó.
“En las actuales circunstancias sanitarias la labor funeraria es difícil, mantenemos cuidado en cada una de ellas y cumplimos todos los protocolos establecidos con aquellos que han padecido la enfermedad y mueren. La vida pone pruebas, esta ha sido una muy fuerte para los trabajadores de Comunales, la hemos estado realizando con responsabilidad”, dijo.
“Soy una mujer normal, no me da pena hacer esta función, todo lo contrario me enorgullezco de ello, soy responsable de lo que hago y trato de dar lo mejor de mí en cada momento de mi vida y sobre todo de que mis clientes, a pesar de vivir un momento duro cuando están conmigo, me recuerden como esa persona que les puso la mano en el hombro y los acompañó en su sufrimiento”, afirmó con lágrimas en los ojos.
“Se puede vivir y ser feliz con lo que escogiste, yo soy feliz, aunque parezca contradictorio, con mi oficio. Siento que es útil mi labor, además alguien tiene que hacerla y me he dedicado a ella por tanto hay que hacerla con amor y entrega”, precisó y en sus palabras pudo escucharse la firmeza de una mujer que se encuentra en una función casi anónima, pero muy necesaria.
Solo Dios sabe el valor de su trabajo. Gracias por su dedicación