Los habitantes de Mantua, la villa situada al extremo noroccidental de Pinar del Río, viven orgullosos de sus orígenes asociados al naufragio de una nave italiana, de los dones de bailarines de sus descendientes, probados en cuantía en el Ballet Nacional de Cuba; también los envanecen sus vegas y paisajes marinos, pero todo ello palidece ante la honrosa memoria del 22 de enero de 1896.
Descrito por el General José Miró Argenter como “¡Hermoso y memorable día!”, la última jornada de la invasión de Oriente a Occidente. Iba al frente de la columna el legendario guerrero Antonio de la Caridad Maceo y Grajales; sin pausa recorrieron la distancia desde Guane, al llegar les esperaba el pueblo, cuyos vítores fueron acompañados por el repicar de las campanas de la iglesia.
La firma del acta capitular, el baile, el nombre de la joven que le concedió todas las danzas: Nieve Catá; el de la mulata que lo hospedó en su casa por una noche: Idelfonsa Izquierdo; son detalles resguardados con celo por los nativos del lugar.
Donde acamparon las tropas se erige un monumento en evocación al suceso, y hasta allí cada año llega una columna con jóvenes y niños del pueblo que reeditan la entrada de la tropa del Ejército Libertador; a 125 años la tradición perdura como talismán contra la desmemoria.
Es un pretexto al amparo del cual se juntan varias generaciones para conmemorar la liberación del dominio español, el paso del Titán de Bronce por esos predios y el fin de una epopeya militar ejecutada en apenas 90 días, 14 de ellos invertidos en atravesar Pinar del Río.
Fue Mantua el último de los 22 poblados tomados por Maceo en su paso arrollador desde el Oriente; al resumir la gesta Argenter lo define como “el primer soldado de América, nuestro Aníbal sin competidor”; batallaron contra un ejército regular al que le fueron arrebatando armas y pertrechos para sustentar su avance.
No es baladí la presunción con que los mantuanos atesoran su participación en la hazaña, por eso cada 22 de enero vuelve a entrar la tropa, como expresión de relevo y continuidad en una lucha donde cambian los enemigos y propósitos de cada combate, pero siguen siendo inspiración los versos del Himno Invasor que entonaban al liberar cada pueblo, “cada marcha será una victoria: la victoria del Bien sobre el Mal.”