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AL PAN, PAN: El arte del videoclip

La lógica mercantil que sostiene al videoclip —incluso en Cuba, con tantas peculiaridades dentro del concierto latinoamericano— es como una cuchilla de doble filo: de un lado estimula la creación, de otro la estandariza.

 

Los Premios Lucas han promovido la calidad del videoclip cubano.

No hay moldes más fuertes que los del mercado. Suele ser incluso más determinante que las consideraciones políticas.

Lo que excluye el mercado sencillamente no existe para mucha gente. Así de simple.

Lamentablemente, la manera de jerarquizar, promover y establecer “productos rentables” no coincide siempre con las auténticas jerarquías artísticas y estéticas.

Ahí está el debate: ¿hasta qué punto el video clip es una auténtica expresión artística?

Primero convendría establecer que, en todo caso, no tendría por qué serlo. Un videoclip tendría que ser, primero que todo, funcional, pues eso es lo que se espera de esa manifestación: es un vehículo, un instrumento de promoción.

Puede ser mucho más, claro: puede ser una incuestionable obra de arte. Pero antes tiene que “funcionar”. No le pedimos eso a un videoarte, por ejemplo.

Salvada esa circunstancia, queda todavía otra cuestión: ¿a qué “producto” le hacemos un videoclip?

La contundencia estética o conceptual del “objeto” no suele definir la calidad del videoclip… es que ni siquiera garantiza la realización misma del video.

Hay excelentes videoclips de pésimas propuestas musicales. Y viceversa.

Es más, podría decirse que cualquiera que cuente con los recursos suficientes puede mandarse “a hacer” un videoclip.

Los que definen, en última instancia, son los entes reguladores del mercado: las casas discográficas, los medios de comunicación, los mecanismos comerciales, los circuitos de presentaciones…

Pero incluso en los tiempos que corren, esos entes más o menos convencionales pierden terreno.

En Cuba ha sucedido: videos que nunca o casi nunca han aparecido en la televisión o que no integran el catálogo de las disqueras, han llegado a ser auténticos fenómenos de público.

Y a estas alturas algunos creadores de valía todavía no han hecho un videoclip.

Confiar ciegamente en los altibajos y los intereses cambiantes del mercado sería demasiado reduccionista e injusto.

Está claro que las instituciones de la cultura intervienen aquí más que en otros países en los procesos de creación y promoción del videoclip, pero todavía tienen mucho que hacer.

Hay que abrir mucho más el espectro, hay que ofrecerles más posibilidades concretas a determinados músicos y agrupaciones, hay que estimular la experimentación y el buen hacer.

No se trata de prohibir a algunos para que los otros brillen más. Las políticas represivas (incluso las que parten de supuestas buenas intenciones) no son pragmáticas (en estos años) ni éticas (en ningún momento).

La respuesta a la mediocridad tiene que ser la calidad.

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