Otra gran pérdida para la cinematografía nacional: este lunes ha fallecido en La Habana Juan Carlos Tabío (La Habana, 1943-2021) director de algunas de las más populares y agudas películas cubanas, de crónicas inspiradas, cuestionadoras de su contexto.
El suyo fue un compromiso con el arte que apuesta por la transformación de la sociedad. Las suyas fueron metáforas diáfanas y profundas sobre la realidad. La Cuba que recreó Juan Carlos Tabío es perfectamente reconocible. Es la Cuba de todos los días, basta con salir a la calle.
Esa deliciosa película, Se permuta (1983), es un buen ejemplo. Muchos de los conflictos de esa década están ahí expuestos, sin paños tibios, con el tono divertido de las comedias de enredos y situaciones. Con ese filme el cine cubano comenzó a saldar una deuda con una de sus más emblemáticas actrices: Rosita Fornés.
Unos años después, en 1988, otra grande, Daisy Granados protagonizó junto a un elenco de lujo un título imprescindible: Plaff o Demasiado miedo a la vida. Para muchos es la obra cumbre del director, la que explicita su poética. Cine dentro del cine, Plaff... es una de las más incisivas creaciones de la época. Su singular estructura dramática marcó un hito.
Con el maestro Tomás Gutiérrez Alea, Tabío compartió la dirección de un clásico: Fresa y chocolate (1993). A partir del cuento «El lobo, el bosque y el hombre nuevo», de Senel Paz, se abordó un asunto considerado tabú por mucho tiempo: la homosexualidad, la manera en que se asumía por el entramado social, político y cultural. No en vano la película devino emblema de la lucha contra la discriminación y constituyó hasta cierto punto, señera de cambios fundamentales.
Películas como El elefante y la bicicleta, Lista de espera, Aunque estés lejos o El cuerno de la abundancia, ubicaron a Tabío entre los más reconocidos directores cubanos. En 2014 mereció el Premio Nacional de Cine, en atención a una obra que caló, como pocas, las constantes de la identidad nacional, los rasgos distintivos de una manera de ser, de proyectarse, de enfrentar las adversidades y disfrutar los triunfos.