Comenzaba la clausura del XI Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), el 28 de noviembre de 1961, cuando el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz dio a conocer la dramática noticia del asesinato del joven brigadista alfabetizador Manuel Ascunce Domenech y del campesino Pedro Lantigua Ortega por bandas contrarrevolucionarias armadas y financiadas por el imperialismo yanqui que operaban en la región central cubana.
El crimen conmovió al país. “En esa gran reunión un delegado propuso la creación de un pelotón para ir a combatir a la Sierra del Escambray, Fidel estuvo de acuerdo con la idea, y al día siguiente quedó constituido”.
Así lo rememora Hugo González Aguilera, seleccionado para integrar aquella tropa, al relatar su testimonio durante un conversatorio con la presencia de miembros de la Esfera de Asuntos Laborales y Sociales de la CTC y una representación del buró sindical en la sede de esa organización.
“Éramos muy jóvenes y no creíamos ni en la lluvia pertinaz ni en el frío cuando partimos desde La Habana, en la noche del día 29, hacia la antigua provincia de Las Villas, en una larga travesía sobre un camión Zil de combate. Al frente de nosotros estaba Rogelio Iglesias Patiño (Pao), combatiente clandestino del Movimiento 26 de Julio, un hombre muy valeroso y de gran experiencia, que años más tarde cayó en cumplimiento de una misión de los órganos de la Seguridad del Estado cubana. Como segundo jefe fue designado Pedro Julio García Cepeda”.
Aquel destacamento fue denominado Pelotón Escambray. “Se supone que íbamos a enfrentarnos a la muerte —como ocurrió— y estábamos jubilosos con nuestro armamento. Éramos 33 hombres y una mujer, la doctora Rosa Caballero, delegada por la provincia de Camagüey. Salimos en la noche del 29 y en horas de la mañana del día siguiente llegamos a Santa Clara”, comentó Hugo.
El recibimiento que les hiciera el Comandante Juan Almeida Bosque, jefe del Ejército Central, permanece en la memoria del testimoniante. “Describirlo no es fácil. Era un guerrillero tremendo y todos los días recorría los diferentes sectores de operaciones, nos explicó la situación política en esa región y alertó que íbamos a combatir en la primera línea contra el enemigo. Nos puso bajo las órdenes del capitán Orlando Lorenzo Castro (Pineo).
“Casi un mes permanecimos allí”, expresó Hugo tras evocar anécdotas del andar de los bisoños milicianos por los peligrosos farallones del lomerío, capturas de armamento enemigo y también momentos dolorosos como los horrendos asesinatos perpetrados por los bandidos contra campesinos y otras personas inocentes. “Vimos la naturaleza de connotados criminales que eran bestias y a quienes la Agencia Central de Inteligencia premió con altos cargos”.
Al concluir las misiones asignadas como unidad miliciana fueron recibidos en La Habana por Lázaro Peña, secretario general de la CTC, y otros miembros de la dirección nacional de esa organización. “Nos dijo —refiere Hugo— que era un orgullo para el movimiento obrero cubano haber contado con hombres que fueron a cumplir cabalmente la misión que les había asignado el Comandante en Jefe Fidel Castro”.