A las 9:15 a. m. Lonnie Leroy Coffman, de Alabama, estacionó su camioneta a una cuadra de las oficinas de la Cámara de Representantes de EE. UU. y la Biblioteca del Congreso. Llevaba consigo varias pistolas, un rifle de asalto, municiones y bombas artesanales confeccionadas con frascos de cristal llenos de espuma de poliestireno derretida y gasolina. Tales artefactos, cuando explotan, se adhieren y queman como el napalm.
Afortunadamente Coffman no entró en acción. Fue capturado ese mismo día al anochecer. Tiene 70 años y ninguna de las armas ocupadas estaba registrada a su nombre. Es una de las personas bajo investigación por las acciones que desembocaron en el asalto al Capitolio de Washington D.C.
Las imágenes y videos sobre el hecho han permitido identificar a otros participantes, a más de uno la experiencia les ha costado el empleo y más. Los rostros de los invasores reflejan sorpresa y empoderamiento. También miedo, violencia, ira… Mucha de la variada fauna que el presidente Trump consiguió fidelizar estuvo allí. Algunos entraron a la sede del Congreso en plan turístico, selfis mediante; a otros se les ve moverse ligeros, como quien sabe qué y dónde buscar; y no faltan los equipados con cascos, escudos, armas… listos para el enfrentamiento.
En esa tropa y en la multitud que quedó afuera hubo representantes de los llamados MAGA (en alusión al eslogan de la campaña del 2016: Make America Great Again) y también fanáticos, miembros de movimientos como QAnon, Proud Boys y otras organizaciones supremacistas de perfil violento.
El profesor universitario y experto estadounidense en participación ciudadana y desarrollo de la sociedad civil, Thomas Bryer, publicó este sábado un artículo titulado Terrorismo en Estados Unidos: así somos, en el cual reconoce que la mayoría de sus coterráneos no son “terroristas como los que invadieron el Congreso. Sin embargo, todos somos responsables del entorno que crea a esos terroristas (…) nunca seremos un solo pueblo, pero seguiremos siendo una sola nación. (…) demasiados políticos en los EE. UU. avivan las llamas de las divisiones y conflictos malsanos (…) Donald Trump tenía el megáfono más grande para empujar al país en una dirección peligrosa, pero hay innumerables políticos en estados y ciudades igual de malos”.
Esta compleja y diversa realidad, agravada por la polarización política y la crisis económica y sanitaria, marcará la venidera presidencia del demócrata Joe Biden. El 20 de enero es la fecha prevista para culminar la más reciente puesta en escena del show en que se convierten los comicios en ese país, deslucido esta vez por una “pésima dirección de actores”.
Pero las jornadas que restan hasta ese día serán tensas. Representantes, senadores, empresarios y líderes de opinión han pedido cesar al presidente Trump en sus funciones. Algunos apelan a la 25.ª enmienda constitucional; otros, al juicio político. Ambos caminos parecen poco viables por falta de tiempo. No descarto, en cambio, un procedimiento posterior, ya sea por evasión fiscal, abuso de poder o cualquier otro delito, para los cuales algunos de sus enemigos políticos tienen suficiente información.
No obstante haber sido silenciado por Facebook, Twitter, Instagram y otros espacios virtuales, ese entorno continúa siendo trascendente para Trump, que junto a sus seguidores se ha mudado a una red social más reciente, Parler, devenida refugio para internautas negados a políticas de moderación en la web.
“Muchos de nosotros regresaremos (al Capitolio) el 19 de enero portando nuestras armas en apoyo a nuestra nación (…). Iremos en números que ningún Ejército o agencia policial podrá igualar”, escribió en Parler un usuario trumpista. Esperemos que para entonces las fuerzas de seguridad respondan con mayor aplomo y efectividad. Advertidas están.
La violencia con que Trump deja la presidencia es coherente con su personalidad. También con esa narrativa de intrigas, conspiraciones y racismo que subyace en el sistema político estadounidense y persistirá más allá de su mandato. Él solo la hizo más visible.