Las primeras jornadas desde el comienzo del ordenamiento monetario y cambiario dejan ya importantes enseñanzas, entre el cúmulo de inquietudes de la población, y también las respuestas gubernamentales que estas reciben con singular rapidez.
Por supuesto, en un proceso de tal envergadura y multiplicidad de esferas de la vida económica y social que este involucra, es hasta comprensible esa necesidad de reacomodo sobre la marcha, no obstante el cuidado y tiempo de preparación que conllevó cada uno de sus pormenores.
En estos inicios de aprendizaje y adaptación, las primeras reacciones de la ciudadanía guardan mayor relación con los cambios más próximos a nuestra práctica cotidiana, sobre todo los ingresos y los gastos, en particular la problemática de los precios de productos y servicios.
Pero es importante comprender que este nuevo entramado financiero exigirá transformaciones que abarcan mucho más allá, pues la misma realidad económica crea nuevas necesidades y expectativas, sobre todo en relación con la calidad de lo que recibimos por lo que ahora pagamos, e incluso por la forma de organización y gestión de los servicios públicos.
Pongamos como ejemplo la situación de la transportación urbana.
La elevación del precio del pasaje de los ómnibus ya desde los primeros días produjo variaciones en la manera en que los utilizamos.
Cualquier ojo avizor puede percatarse que incluso durante esos días feriados, con menos personas y sin los picos del horario laboral, ahora el proceso de cobrar demora más. Las personas requieren el cambio cuando abonan un billete de tres, cinco pesos o incluso una denominación mayor, lo cual consume más tiempo del chofer o del conductor en cada parada.
Es previsible que eso afecte la rapidez del abordaje al ómnibus, sobre todo en los momentos de mayor confluencia de público, sin contar lo que representa además el manejo de mayores volúmenes de efectivo, cuando ya es casi una praxis, al menos en la capital, clausurar las alcancías y no usarlas.
En ese contexto, habría que retomar viejos proyectos y aspiraciones sobre la modernización de los sistemas de pago en la transportación pública. Quizás sea el momento de pensar en tarjetas preparadas, boletines electrónicos o alguna alternativa que ahorre tiempo y facilite la vida de pasajeros y conductores.
Incluso eso podría ayudar a establecer de manera prudencial las bonificaciones o precios preferenciales que la práctica aconseje, pues ya había preocupaciones, muy bien fundamentadas, sobre el costo de los viajes para los estudiantes de todas las enseñanzas, cuando van con su uniforme escolar hacia sus escuelas, que ahora se agudizan con el incremento notable del precio del pasaje.
Y como mismo sucede con el transporte público, comenzarán a saltar aquí y allá debilidades que ya existían en la calidad de producciones y servicios, los cuales resultarán ahora más evidentes y menos aceptables para quienes los pagamos.
Prestar atención a esas sugerencias para mejorarlos, e implementar soluciones con la mayor agilidad posible, marcarán también la menor o mayor satisfacción que sintamos con todo este proceso, donde poner orden tiene que ir mucho más allá que la simple subida de los precios.
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