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Lo malo es no soñar

Quemado de Rubí es el nombre de la finca, y se debe al color rojizo que du­rante el proceso de cura toma la hoja de tabaco. Es el diamante de las tie­rras de San Juan y Martínez y está insertada dentro del producto turís­tico la Ruta del Tabaco, donde radica un proyecto sociocultural ahora dete­nido por la COVID-19.

Foto: Pedro Paredes Hernández

Héctor Luis Prieto Díaz es el Hombre Habano más joven del mun­do. Hace 11 años obtuvo el premio en la categoría de producción, cuando contaba con 38 abriles, y aunque en su pelo abundan ya las canas y hay sur­cos en el rostro por el paso del tiempo, sigue ostentando esa condición.

Hoy, sin renunciar al cultivo que lo distingue, asume nuevos desafíos con la producción de alimentos, y se sumó al grupo de campesinos empe­ñados en demostrar que sí pueden au­toabastecerse.

Verlo como algo posible represen­ta una victoria, pues rompe con pa­trones como: “Esas tierras solo sirven para tabaco” o “no hay suficientes áreas”, lo que unido a que “el veguero puede vivir del fruto de su cosecha” crearon una trilogía de elementos que los alejaron del óptimo aprovecha­miento de sus potencialidades.

Prieto va a la vanguardia entre quienes laboran para revertir ese pa­norama, y en sus cinco caballerías, además de la solanácea, hay siembras de frutales, granos, hortalizas, vian­das; y hay ganado: chivos, cerdos de capa oscura, caballos de raza y toros.

Cuenta con dos casas de cultivo rústicas, levantadas este año y que ya rinden la segunda cosecha.

En el afán de no desperdiciar nin­gún espacio en las casas de cultivo, junto a los postes que sostienen la es­tructura, plantó pepinos y los resul­tados fueron tan favorables que pien­sa replicar la experiencia en el área de tabaco tapado.

Foto: Pedro Paredes Hernández

Estableció las condiciones para obtener el humus de lombriz, así en­frenta las carencias de químicos, em­plea entomófagos y entomopatógenos. Le gusta estudiar, y agradece la ase­soría de los especialistas de cultivos varios de las delegaciones provincial y municipal de la Agricultura, a la vez que ideó una máquina para con­formar grampas y mitigar la falta de estas para los cercados.

Asimismo sembró piña en los ex­teriores de las casas, y en el espacio entre ellas plantó simientes de horta­lizas. Cada sábado concurre al mer­cado agropecuario. Asegura que el 2020, tan difícil, ha sido un acicate para no desperdiciar ninguna opor­tunidad.

Este hombre, socio de la coope­rativa de créditos y servicios (CCS) Tomás Valdés, formado como técnico de nivel medio en Tornería —especia­lidad que nunca ejerció— defiende el valor de la familia, desde aquella que lo gestó, tabacalera por línea materna y paterna, hasta la creada por él.

A su hijo lo considera su mano derecha en el manejo de la finca, y ya al nieto, con apenas un año de nacido, parece querer llevarlo por igual derrotero: en la mañana pasea al pequeño por las plantaciones y le habla como si fuese un adulto, sabe que no comprende. Pero le gratifica esa atención que presta a sus pala­bras y el privilegio de la preferencia. Los tres llevan como nombre Héctor y se jacta de estar preparando el re­levo: “¿Entonces de qué sirve lo que he hecho?”.

La esposa, Milagros González Ál­varez, excelente anfitriona, abogada, también forma parte del equipo.

Con menos de una decena de obreros él mantiene sus tierras, no obstante en período de zafra con­trata fuerza laboral extra. Siente un gran orgullo por trabajar la tierra, a su juicio la profesión más honorable porque es en ella donde se garantiza la vida. Todavía le quedan proyeccio­nes por materializar, pero prefiere no develarlas pues para él: “Lo malo es no soñar”.

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