Quemado de Rubí es el nombre de la finca, y se debe al color rojizo que durante el proceso de cura toma la hoja de tabaco. Es el diamante de las tierras de San Juan y Martínez y está insertada dentro del producto turístico la Ruta del Tabaco, donde radica un proyecto sociocultural ahora detenido por la COVID-19.
Héctor Luis Prieto Díaz es el Hombre Habano más joven del mundo. Hace 11 años obtuvo el premio en la categoría de producción, cuando contaba con 38 abriles, y aunque en su pelo abundan ya las canas y hay surcos en el rostro por el paso del tiempo, sigue ostentando esa condición.
Hoy, sin renunciar al cultivo que lo distingue, asume nuevos desafíos con la producción de alimentos, y se sumó al grupo de campesinos empeñados en demostrar que sí pueden autoabastecerse.
Verlo como algo posible representa una victoria, pues rompe con patrones como: “Esas tierras solo sirven para tabaco” o “no hay suficientes áreas”, lo que unido a que “el veguero puede vivir del fruto de su cosecha” crearon una trilogía de elementos que los alejaron del óptimo aprovechamiento de sus potencialidades.
Prieto va a la vanguardia entre quienes laboran para revertir ese panorama, y en sus cinco caballerías, además de la solanácea, hay siembras de frutales, granos, hortalizas, viandas; y hay ganado: chivos, cerdos de capa oscura, caballos de raza y toros.
Cuenta con dos casas de cultivo rústicas, levantadas este año y que ya rinden la segunda cosecha.
En el afán de no desperdiciar ningún espacio en las casas de cultivo, junto a los postes que sostienen la estructura, plantó pepinos y los resultados fueron tan favorables que piensa replicar la experiencia en el área de tabaco tapado.
Estableció las condiciones para obtener el humus de lombriz, así enfrenta las carencias de químicos, emplea entomófagos y entomopatógenos. Le gusta estudiar, y agradece la asesoría de los especialistas de cultivos varios de las delegaciones provincial y municipal de la Agricultura, a la vez que ideó una máquina para conformar grampas y mitigar la falta de estas para los cercados.
Asimismo sembró piña en los exteriores de las casas, y en el espacio entre ellas plantó simientes de hortalizas. Cada sábado concurre al mercado agropecuario. Asegura que el 2020, tan difícil, ha sido un acicate para no desperdiciar ninguna oportunidad.
Este hombre, socio de la cooperativa de créditos y servicios (CCS) Tomás Valdés, formado como técnico de nivel medio en Tornería —especialidad que nunca ejerció— defiende el valor de la familia, desde aquella que lo gestó, tabacalera por línea materna y paterna, hasta la creada por él.
A su hijo lo considera su mano derecha en el manejo de la finca, y ya al nieto, con apenas un año de nacido, parece querer llevarlo por igual derrotero: en la mañana pasea al pequeño por las plantaciones y le habla como si fuese un adulto, sabe que no comprende. Pero le gratifica esa atención que presta a sus palabras y el privilegio de la preferencia. Los tres llevan como nombre Héctor y se jacta de estar preparando el relevo: “¿Entonces de qué sirve lo que he hecho?”.
La esposa, Milagros González Álvarez, excelente anfitriona, abogada, también forma parte del equipo.
Con menos de una decena de obreros él mantiene sus tierras, no obstante en período de zafra contrata fuerza laboral extra. Siente un gran orgullo por trabajar la tierra, a su juicio la profesión más honorable porque es en ella donde se garantiza la vida. Todavía le quedan proyecciones por materializar, pero prefiere no develarlas pues para él: “Lo malo es no soñar”.