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RETRATOS: A la cuarta la vencida

A menudo lo veo pasar por la calle, unas veces con su pequeño hijo de la mano; otras, camino a su trabajo. Va callado, ensimismado, observando el paisaje. Y es que Gustavo Torres Díaz, más conocido por el Chino, absorbe cada gota del entorno para luego reflejarlo en sus lienzos.

 

Gustavo Torres Díaz no cejó en su empeño de graduarse en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro. Foto: Agustín Borrego

 

Confiesa que sueña con paisajes. A veces el sueño es recurrente y las vistas vienen una y otra vez, así como pasan las nubes, que aparecen y desaparecen sin que se de cuenta. Cuando eso ocurre, él despierta y comprueba que está en La Habana, la ciudad que le da cobija desde hace más de treinta años.

Ha pasado tiempo desde que partió de Rancho Veloz, su pueblo natal, en Villa Clara; pero no ha podido desprenderse de la raíz que lo ata al campo, por eso, ríos, lomas, palmas reales, guardarrayas, y la arquitectura colonial se cuelan con tanta frecuencia en su alma y son protagonistas en sus paisajes.

Unos primos suyos tenían la casa sobre una loma, donde había un fuerte. “Me gustaba ir allí, era un mirador, se se veía todo el pueblo, la cayería norte, los valles. Yo tenía conmigo una libreta y me ponía a pintar el paisaje. El primer dibujo lo hice cuando tenía cinco años, representé a la gente de mi pueblo subida en un camión, pues así se trasladaban; no lo olvido, lo tengo muy claro en mi mente”, afirmó.

Recordó que a los 13 años la familia vino a vivir para la capital, y él siguió apegado a un sueño, que cogería más forma cuando en el poblado de Cangrejeras conoció al pintor Domingo Márquez, quien había estudiado unos años en la Academia de San Alejandro. “Fue el primero que me enseñó, incluso, juntos, hicimos cuadros. Alentado por él, me vinculé a la casa de la cultura del municipio de Bauta, en 1986.

Otro de sus maestros de la vida fue Omar Corrales, graduado de San Alejandro, con quien compartió a finales de la década del 80 del pasado siglo, en los talleres de escenografía, ubicados en San Agustín, municipio de La Lisa. “En 1987, en la casa de cultura de Arroyo Arenas, asistí por vez primera a un salón de pintura de aficionados, en condición de invitado, pues había cerrado la convocatoria. Ahí tuve un buen instructor, Ricardo López, ya fallecido. Se creó un colectivo de artistas plásticos aficionados, que se nombró Domingo Ravenet, en memoria del reconocido artista.

La vocación estaba clara y durante cuatro ocasiones se presentó a los exámenes de la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro: la primera en 1988 y a la cuarta, en 1993, fue la vencida. Aprobó los exámenes y con tanta convicción fue que, al graduarse, resultó título de Oro y mejor expediente del año. “Consumé mi sueño. Dejé el trabajo que por ese tiempo tenía en el ICAIC y me dediqué a los estudios. A concluir, empecé a laborar en 1998, en el Gran Teatro de la Habana, con Omar Corrales, uno de mis primeros guías”.

El Chino en una de sus exposiciones. Foto: Agustín Borrego

Con más de 40 exposiciones colectivas y siete personales, el Chino piensa que aún el camino que le queda para seguir pintando es largo. Actualmente, labora como instructor de artes plásticas en la casa de cultura Flora, en Marianao, donde también imparte talleres a niños pertenecientes a tres escuelas pertenecientes al municipio.

Colombia, Costa Rica y Rusia están entre los países donde ha tenido experiencia profesional. Con gusto recuerda Rusia, país donde nacieron artistas que, reconoce, tienen en él influencia, tales como Isaac Levitan e Iván Shishkin. “Viajé en el 2000 a Moscú, quería conocer sus museos y enriquecer mi ámbito cultural. Me acuerdo que era otoño y pude percibir los tonos y colores del paisaje, fue extraordinario”.

La Covid-19, le ha hecho apreciar cada vez más la urgencia del tiempo. “Poco antes de que comenzara la actual pandemia, tuve un accidente, el cual me afectó la mano izquierda y yo soy zurdo. “Para no detenerme, empecé a hacer trazos con la derecha, y lo logré. Me di cuenta, de que, si eres pintor, tienes que aprovechar todo el tiempo. Esta etapa ha afectado a todos de una manera u otra. Durante más de un mes estuve vinculado a los trabajadores sociales y le llevaba el almuerzo y la comida elaborados en el Sistema de Atención a la Familia, a personas vulnerables, en el reparto Martí, en el Cerro. “Eso me sensibilizó mucho, es una forma muy humana de contribuir con los demás”.

 

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