La niña que nació hace hoy cien años alumbró un siglo entero de la cultura cubana. Y sigue siendo luz. Alicia Alonso fundó para la eternidad.
Para ubicarla en el altar de las glorias del arte universal hubiera bastado su ejercicio extraordinario sobre el escenario: sus extraordinarios personajes, sus interpretaciones raigales, su singular dominio de los estilos, su técnica poderosa…
Fue una de las más grandes bailarinas de todos los tiempos. Referente indiscutible de generaciones completas de bailarines, musa de decenas de célebres artistas de todas las manifestaciones. Pero Alicia fue más. Fue también maestra.
Ella pudo haberse complacido en su gloria personal, pero prefirió la gloria de su patria.
Hizo escuela. Hizo compañía. Dejó patrimonio.
Sin el empeño de Alicia Alonso no hubiera ballet grande en Cuba. Sin su esfuerzo y su talento no hubiera sido dable el milagro cubano de la danza. Todos los que hoy se forman en este país bailan en este país sobre un escenario, y los que conquistan con su arte a públicos del mundo son sus herederos y deudores.
Cuba rinde tributo hoy a su más emblemática artista, la cumbre estética de la nación, símbolo perfecto del triunfo de la belleza.
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