La muerte, el 25 de noviembre del 2016, tomó su cuerpo, debe haber sido como un encuentro entre dos viejos conocidos, pues la desafió con insistencia. La señora de la guadaña, perseveró más allá del tiempo, la accidentalidad, el azar y hasta la naturaleza; tuvo la paciencia de verle envejecer, mientras acumulaba derrotas, fiasco tras fiasco terminó temiendo a su contendiente, admirándole y sumándole sus pérdidas.
Porque no solo le escamoteaba tomar su organismo, propició que de a poco fueran escaseando en esta isla niños hambrientos, desnutridos, carentes de inmunización, también encontró maneras de reducir la fragilidad para las mujeres parturientas, prolongar vidas, erradicar ignorancia y ella cada vez menos tuvo de su lado la sorpresa.
Para sostener con imperturbabilidad la espera, fue tomando premios: alfabetizadores, víctimas de sabotajes, combatientes en tierras africanas y latinoamericanas, algunas de tal magnitud que emulaban en grandeza, hubo un ocho de octubre de 1967, en que el Hades se estremeció ante la luz que conjuró la penumbra.
La muerte apostó por el desgaste y el dolor, pero entonces recibió una advertencia lapidaria en el décimo mes del año 1976, “cuando un pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla”
Y más de una vez las lágrimas acompañaron a las penas por las pérdidas, algunas evitables otras no, hubo llanto cuando flaquearon fuerzas para enfrentar carencias, en momentos en que “ellas” comenzaron a perderse por chapas “HK”, según Silvio y hasta por mucho menos, digo yo. Se cayeron muros en Europa, cambió la geografía de ese continente y un poco más allá, pero aquí en el Caribe, el caimán, muchas veces a oscuras, siguió desafiando al águila.
Un niño sobrevivió en el mar, donde otros perecieron; las calles y las plazas se volvieron chicas ante el pueblo que lo reclamaba y cada vez parecían encogerse más cuando la lucha fue para traer a otros cinco hijos.
De todo ello la muerte fue testigo mientras acechaba en la sombra, lo sabía hombre de carne y hueso y por ende mortal, y es que la naturaleza nos dio a los humanos junto con la posibilidad de errar, la certeza de perecer, un ciclo biológico del cual ni la inteligencia, ni el genio, ni la valentía, bastan para escapar; aunque hay maneras de burlarse del cuerpo y eso era también conocimiento de la vigilante.
Fue perdiendo el interés en una victoria inútil, pírrica, el hombre gallardo, viril, desafiante era cada vez más el abuelo tierno, al cual le quedaba el filo en la palabra, desde antes acertada pero ahora sazonada por experiencia y sabiduría, esa que hiende el velo del tiempo y traspasa épocas; promisoria de tiempos mejores por venir, los que, parafraseando a Galeano, quiso, pero no pudo hacer.
Y la guadaña se llevó su cosecha, a sabiendas de que en el campo quedó la raíz y volverá a germinar, preñada de sueños, inconformidad; saldrá un fruto irreverente a hegemonías, tal vez de sabor agrio, pero genuino y volverá una y otra vez la hoz, porque su corte no basta para deshacer la continuidad, su nombre dejó de pertenecerle para hacerse país: Cuba, a la cual tomó como propia y la hizo Patria. Y no hacen falta vanas palabras para saberle simiente.