La celebración en Cuba del Día Internacional del Estudiante siempre combina el entusiasmo tradicional de la juventud con el espíritu rebelde y reflexivo que suele caracterizar esta etapa de la vida.
La propia fecha, como sabemos, nació en homenaje a los estudiantes checoslovacos que enfrentaron a las tropas fascistas en las calles de Praga en 1939. O sea, no es una conmemoración propiamente académica, que vincule de manera exclusiva con esa responsabilidad fundamental que tienen los estudiantes universitarios con su formación profesional, sino que debe ir mucho más allá.
En las actuales circunstancias, los estudiantes de la enseñanza superior en nuestro país tienen que plantearse cuál debe ser su papel como agentes transformadores dentro de la actualización del modelo económico y la implementación de la estrategia de desarrollo del país.
Con frecuencia se insiste, con razón, en la necesidad de un cambio de mentalidad para poder comprender e impulsar el alcance de estas transformaciones, y sin dudas los estudiantes que hoy cursan sus carreras universitarias tendrán que ser un factor de especial importancia en este proceso, pues están en mejores condiciones para aportar, impulsar y enriquecer tales conceptos.
Porque está claro que solamente con la apropiación del conocimiento acumulado durante más de sesenta años, incluyendo el análisis crítico de nuestros errores, y la potenciación de lo alcanzado hasta el momento para llevarlo a estadios superiores, podremos garantizar la continuidad de la Revolución y el socialismo.
Esto no depende solamente, además, de un grupo de medidas económicas y sociales, aunque estas resulten exitosas total o parcialmente, sino de la articulación que se logre de la ciencia y la conciencia, para que el proyecto social que defendemos pueda sustentarse en el tiempo, demostrar sus posibilidades para asegurar el progreso y bienestar, y neutralizar las ambiciones del capitalismo hegemónico y los engañosos poderes que lo representan.
Para conseguir tales propósitos el estudiantado cubano tiene que incrementar cada vez más el rigor de su preparación, tanto desde el punto de vista teórico, en cuanto a los saberes específicos de todas las profesiones, como desde la perspectiva cultural, política e ideológica. Y eso no lo podrá realizar con las mismas fórmulas, métodos y maneras de movilizar, aunar y persuadir que las generaciones precedentes. Las experiencias que nos deja el papel de nuestro estudiantado durante este difícil año de enfrentamiento a la Covid-19 son una buena muestra de cómo en circunstancias complejas, puede activarse no solo la inteligencia, sino también la pasión y el valor frente a los contratiempos.
Hay que consolidar esos nuevos modos de hacer, ahora con las tecnologías de la comunicación, la informática y el estudio más independiente, incluso sin la necesidad de la presencia física en las aulas, como ha sido preciso durante estos últimos meses, lo cual debe marcar nuevas pautas en la educación cubana.
Y toda esa modernidad hay que sustentarla en un dominio sólido de los conocimientos y de los valores e historia de nuestra nación, así como mantener al unísono la espontaneidad, la frescura, el dinamismo y ese espíritu inconforme que caracteriza a los jóvenes.
Esa actitud proactiva ante el cambio, más esas aptitudes profesionales superiores, serían un aporte sustancial del movimiento estudiantil cubano a la edificación de una sociedad futura en la cual los protagonistas serán, precisamente, esas muchachas y muchachos que hoy están en todas nuestras universidades, y que este 17 de noviembre celebran, con alegría y pensamiento, el Día Internacional del Estudiante.