Y se borrarán los nombres y las fechas/ y nuestros desatinos/ y quedará la luz, bróder, la luz/ y no otra cosa. Son versos de Sigfredo Ariel. De Sigfredo Ariel, que se despidió demasiado pronto, quedan poemas esenciales, queda música salvada y atesorada por él a lo largo de décadas, quedan diseños icónicos… y queda luz, mucha luz, luz para alumbrar la memoria de tantos, tantísimos amigos de muchos años haciendo arte y literatura en la tierra que le tocó y que él honró con su obra y su ejercicio cotidiano.
Hombre si se quiere renacentista asumió el arte en disímiles facetas, pero siempre es posible encontrar una columna vertebral: el elogio a las cosas más cercanas que hacen nuestra vida, los pequeños espacios y horas, los sentimientos más íntimos, las gestas cotidianas, la banda sonora de la existencia… y todo en diálogo permanente con un acervo, con el armazón inmenso de la poesía cubana, de la cultura toda, espíritu de la nación.
En una de aquellas casas merodeaba/ el fantasma de Heredia, en otra/ el del poeta Milanés según dijeron./ Otros bardos menores volaban también/ en el vapor de las comidas./ Pienso yo.
Otros versos de Sigfredo Ariel. Es notable la manera en que se desdibujan fronteras entre lo eterno, lo que asumimos como eterno, y el aquí y el ahora del simple mortal. El poeta es visitado por espectros, que como él en su momento respiraron y comieron y amaron y sufrieron y se fueron a dormir la siesta y que, en momentos de epifanía, escribieron poemas que le ganaron la batalla al tiempo. Pero, ¿cuántas páginas se perdieron en el torbellino de los años? Sigfredo Ariel se empeñó en articular una cartografía de la memoria y sus meandros, de las peripecias que no implicaron hitos, crónica al margen.
A menudo me he dejado llevar por la corriente/ agua de la ciudad, agua que filtran/ los gajos de la menta.
No hay palabrería vana en la obra poética de Sigfredo Ariel, no hay regodeo esteticista… son las palabras y las frases de todos los días para recrear un paisaje perfectamente reconocible. Y sin embargo, la belleza, que puede llegar a ser ardua, difícil, contrastante… pero la belleza.
La calle no se hizo para que tomes/ cerveza y hables de poesía, la calle/ no se estira alrededor para que asomes/ tu cabeza de muchacha. Versos de un poema de Sigfredo Ariel.
Estamos de paso, somos al final la maravilla fugaz de un universo que no comprenderemos nunca, pero aquí estamos. Y dejamos huellas, aunque tantas veces terminen por ser huellas ignoradas, ninguneadas, olvidadas. De ese escribió Sigfredo Ariel. De eso dibujó también.
Poeta, narrador, dibujante, productor musical, realizador de radio, promotor cultural… su huella sí está salvada. Y no solo en los registros oficiales, en las listas canónicas, en los anaqueles de las academias, en la gran torre de babel de la palabra impresa, construida con libros como si fueran piedras… Su huella la preservan sus amigos, algunos de los cuales todavía no se resignan a su ausencia y lo esperan, entre sueños, en tertulias para hablar de lo humano y lo divino. La preservan sus lectores, que él asumió como cómplices. La preserva cualquiera que se siente una tarde a escuchar un bolero de hace muchos años, que habla del goce y el sufrimiento de vivir. En esa reminiscencia habita Sigfredo Ariel.