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RETRATOS: Luz de estrellas

El camino de Jorge Jay Masó está repleto de gloria. Nadie se la regaló, la forjó él con tesón y optimismo. A los siete años el niño sufrió meningitis y como consecuencia a los doce había perdido completamente la visión. Solo había llegado a sexto grado. En ese instante todo fue oscuridad, pero de algo estaba convencido: lucharía por vencer los obstáculos, y en los primeros tiempos Jay volcó sus energías en el aprendizaje del kárate.

 

José Jay, deportista invidente, medallista de atletismo. Foto: Agustín Borrego Torres.

 

A los 13 años dominó el sistema braille; y a los quince, sin haber podido continuar estudios, escribió una carta al presidente de la Asociación Nacional de Ciegos (Anci) solicitándole la oportunidad de prepararse en la escuela para ciegos y débiles visuales Abel Santamaría Cuadrado.

Por esa vía llegó a La Habana, donde cursó la secundaria básica, la cual concluyó a los 18 años. “Regresé a Guantánamo y solicité matrícula en el preuniversitario en el campo Manuel Gómez Reyes. El director provincial de Educación en ese entonces no lo comprendió. Entré gracias a José Ramón Fernández, quien señaló que tenía derecho a estudiar como los demás. Fui el primer ciego en ese tipo de escuela”, recordó.

A la par de sus estudios, Jay siguió practicando deportes. “Mi primera competencia fue en Barquisimeto, Venezuela, en noviembre de 1985, gané oro en 100 metros, en salto de longitud, salto de altura y en lanzamiento de bala; ahí fuimos solo dos atletas.

“Coincidentemente, cuando regresaba de los juegos, en el avión en el que venía, también lo hacía José Ramón Fernández, quien asistió a un congreso de educación en Panamá. Alguien le dijo que yo me encontraba allí y vino hasta mi asiento. Se preocupó de cómo me iba en los estudios e insistió en que los compañeros que como yo tenían voluntad y deseos de estudiar, debían ser apoyados.

“En el primer año del preuniversitario saqué 100 puntos en todas las asignaturas, y a propuesta de la UJC me dieron la medalla José Antonio Echeverría. Yo escuchaba mucho a los profesores; cuando me marchaba a las competencias, dejaba un equipo para grabar las clases.

“Estando en onceno grado, un día, Asela de los Santos visitó el preuniversitario, fue al aula en la que yo estaba, en ese momento dábamos clase de Química. Después se me acercó, preguntó cómo marchaban los estudios, y me dijo que José Ramón me enviaba saludos.

“Mi vida transcurría entre las clases y el entrenamiento. En marzo de 1988 fui a República Dominicana, competí en lucha y atletismo. Regresé con ocho medallas de oro y una de bronce”, expresó.

En junio de ese propio año, Jay participó en los Juegos Iberoamericanos de España. “Ahí corrí 400 con Alberto Juantorena actuando como guía. Fue emocionante. Gané medallas de oro en triple, en 100, en 4×400 y en 400, y una de plata en salto”.

 

José Jay, deportista invidente, medallista de atletismo. Foto: Agustín Borrego Torres.

 

Entre los recuerdos más hermosos de este admirable hombre está el haber podido compartir con el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en 1989, durante la actividad efectuada con los atletas más destacados del año. Ese fue un período de premios, nació su hija, y ganó nueve medallas en los terceros juegos latinoamericanos.

Muchos trofeos acompañan la trayectoria de este deportista, que no se conformó solo con el éxito en la pista. “Me gradué como licenciado en Derecho, en la Universidad de La Habana, en 1997. El tutor de mi tesis fue el Doctor en Ciencias Julio Fernández Bulté, quien fuera Profesor de Mérito de la Universidad. Lo admiré mucho.

 

José Jay, deportista invidente, medallista de atletismo. Foto: Agustín Borrego Torres.

 

“Seguí practicando deportes. En el 2003 fui campeón del mundo en salto triple; y en el 2004, con 37 años, participé en Grecia en los Juegos Paralímpicos, en los que ocupé cuarto lugar en triple salto y salto largo. Ahí me retiré.

“Actualmente ejerzo mi carrera. Soy relacionista público de la Anci y miembro de su comisión de Asuntos Jurídicos”, manifiesta y deja entrever la sonrisa que le acompaña en la vida. A su lado sigue Norma, su compañera, la madre de sus hijos, el amor que le hace escribir poesías y entonar canciones acompañado de su guitarra.

 

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