Las veces que se repite la acertada idea de que los estímulos a los miembros de la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores (ANIR) no debe reducirse a la duración de las jornadas para ese fin, debe ser porque además de una indiscutible verdad, puede tener una sabor a tarea pendiente.
Lo mismo sucede con otra afirmación igualmente reiterada de que a los integrantes de esa agrupación les satisface, sobre todo, que sus inventivas se generalicen, además de contribuir a la eficiencia o a evitar la paralización de alguna actividad productiva o de los servicios.
Es válido que a los aniristas se les remunere por los beneficios que aportan en un país donde cualquier creador pudiera encontrar fuente de inspiración para una obra artística o literaria cuyo título pudiera ser (o andar cerca) al de «Manual de cómo romper un bloqueo».
Existe una dosis que no debe ser poca, de considerar que el trabajo es una necesidad vital, pues no de otro modo se puede concebir que tantas personas en estos años hayan puesto su intelecto en función de encontrar una solución a la falta de piezas de repuesto o a la baja técnica de un equipo obsoleto.
Precisamente por el componente de motivación espiritual es que independientemente de que exista un listado de problemas por resolver y se les presente a la ANIR, esta no es una tarea que por estar incluida en un plan o indicarse por decreto, será ejecutada, pues la imaginación, el espíritu innovador requiere más de la inspiración que de estímulos materiales.
Acerca de la validez de la premiación espiritual y material, no debe haber muchas dudas, pues abundan las palabras relacionadas con la importancia de felicitar al exitoso, de que sienta el reconocimiento social, y también de que sea retribuido de algún modo.
Sin desconocer que todo lo realizado hasta hoy puede ser perfeccionado, hay un pequeñísimo detallito que (al menos este redactor no ha visto), quizás esté faltando o no sea lo suficientemente practicado en cada uno de los lugares donde sería muy provechoso.
Lo común es congratular a quien logre resultados con su inventiva, pero pudiera ser más estimulante hacerlo durante el proceso en el cual el anirista tiene que reponerse de un fracaso tras otro hasta dar con la solución que debe encontrar a pesar de un alto número de dificultades.
Y mejor aún debe ser acercarse al innovador para además de darle ánimos, indagar por el apoyo que pudiera requerir para materializar sus ideas, pues en no pocas ocasiones un recursos debe ser gestionado en otra área, entidad o territorio, lo cual no está al alcance del anirista, pero sí de las administraciones o sus niveles superiores.
Los conceptos del encadenamiento productivo también pueden ser aplicados en el proceso de innovación y racionalización, pues alguna de las operaciones pudieran tener continuidad en otro centro laboral, lo cual amplía infinitamente el campo de soluciones y acorta el tiempo para lograrlo.
Igualmente estimula al anirista que institucionalmente se le gestione la posibilidad de intercambiar con centros de ciencia y técnica o universidades, lo cual es una fórmula ideal para que los conocimientos, empíricos o no de los trabajadores, armonicen con los saberes académicos.
No dejemos de felicitar al triunfador, pero tampoco olvidemos que antes de serlo tuvo que haberse levantado cualquier cantidad de ocasiones hasta dar con la solución, y en tales momentos de reveses se requiere estimulación y apoyo.