El inicio del nuevo curso en la mayoría de las provincias del país y la continuación del anterior en la capital llenaron de alegría las primeras jornadas de esta semana que casi termina.
Profesores, estudiantes y sus familias tienen por delante ahora no solo los retos docentes después de un extenso periodo de inactividad, como consecuencia de la Covid-19, sino la responsabilidad de conjugar las clases con inéditas exigencias en materia de prevención de salud.
Durante los días iniciales, ya sabemos, casi siempre todo funciona bastante bien. Las arrancadas suelen ser siempre de mayor exigencia, y muy probablemente en un inicio haya una percepción bastante clara de la necesidad de protegerse, por lo reciente que todavía está la etapa de trasmisión de la enfermedad, y lo frescas que tenemos aún todas esas medidas de seguridad recomendadas para impedir la propagación del nuevo coronavirus.
Hay que conseguir, no obstante, que ese espíritu de cuidado sea permanente en el tiempo, y que no haya resquebrajamientos ni descuidos en la medida que avancen las semanas.
Ya sabemos lo complicado que puede ser pedir y conseguir que niñas y niños, o adolescentes, mantengan ese distanciamiento físico idóneo que requiere esta llamada nueva normalidad.
Sin embargo, también es cierto que son los infantes quienes mejor se adaptan a tales exigencias, y no pocas veces son hasta los que muestran más conciencia, y así lo demostraron incluso desde sus casas durante las duras etapas de la cuarentena.
Pero empieza la socialización, el roce, la rutina, y es preciso llevar esos hábitos individuales de protección al plano de la colectividad, lo cual es todavía mucho más difícil.
El horario docente, que ahora será más racional y prevé la menor estancia y concentración posible del alumnado en los planteles, funcionará mejor en la medida que haya mejor organización del profesorado, y que lo tengan bien claro, tanto los educandos como sus familiares responsables.
Las condiciones para el aseo periódico y la higiene de las instalaciones escolares, un asunto históricamente con bastante precariedad en no pocos centros, recibió una atención particular en los preparativos de este reinicio de las clases, según plantean las autoridades educativas.
Los baños, los comedores, los albergues, en el caso de las becas, son espacios muy sensibles a los cuales hay que prestarles especial atención.
Mantener en ese entorno físico los requisitos adecuados, e incluso mejorarlo en los casos donde todavía haya dificultades, tiene que ser una prioridad y un objeto de atención constante, en un asunto donde madres y padres pueden contribuir con la alerta oportuna, al nivel que sea, para evitar cualquier problema.
Las instituciones educativas cubanas tienen que ser ese espacio seguro de siempre, ahora también en función de la prevención de la Covid-19. Para resumirlo con una imagen, podríamos decir, como en aquella vieja canción infantil, que a la escuela hay que llegar puntual, y ahora, además, con el nasobuco bien puesto.
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