Una interpretación errada de lo que representa el concepto de continuidad en el proceso revolucionario cubano podría llevar a alguien a suponer que es mantener los mismos modos de actuación, aun en medio de circunstancias históricas muy distintas.
Los debates y resultados del más reciente período ordinario de sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular son quizás el mejor desmentido a esa presunta concepción escolástica sobre el socialismo cubano, al combinar de manera creativa lo novedoso y lo inamovible, tanto en las formas de hacer como en la preservación de las esencias de nuestro sistema social.
Para empezar con lo más sencillo, por ejemplo, podríamos destacar la capacidad de organizar las propias jornadas parlamentarias bajo un nuevo formato, con las deliberaciones a distancia por parte de sus integrantes, en correspondencia con las medidas de prevención y control de la epidemia de COVID-19.
No por diferente y virtual fue menos rica la labor de diputadas y diputados, como también primó el principio democrático invariable de participación popular, al garantizar la publicación y disponibilidad de los cuatro importantes proyectos de ley, para que la ciudadanía pudiera conocerlos con anterioridad y emitir sugerencias y propuestas de modificación a los textos, una opción que todavía individualmente no siempre se pondera y aprovecha lo suficiente.
Y en la naturaleza de los propios asuntos que definen esas nuevas leyes hay además otra evidencia palpable de un salto cualitativo, al abordar aspectos medulares del funcionamiento institucional del país, tales como el servicio exterior, las atribuciones y funciones de estructuras y cargos principales del Gobierno y del Estado, así como los procedimientos para la revocación de mandatos en los cargos públicos, prácticas asentadas ahora en normas jurídicas de mayor rango, en respuesta a un mandato constitucional que nos fortalece.
Pero quizás donde más sobresale este nexo entre los cambios y la persistencia, es en los análisis que acontecieron en el Parlamento acerca de las transformaciones económicas que el país necesita e implementa en la actualidad.
Esta aceleración en la aplicación de la nueva Estrategia Económica-Social ante el recrudecimiento del bloqueo por parte del Gobierno genocida de los Estados Unidos, en cuyo paroxismo electorero hoy alcanza extremos nunca antes vistos con sus sanciones criminales, constituye sin duda un rompimiento de fórmulas económicas anteriores que ya por consenso social y científico correspondía variar.
Al respecto, el movimiento sindical debe estudiar al detalle –y ya lo hace, nos consta– los principios y medidas que sintetizó ante el órgano legislativo el ministro de Economía y Planificación, Alejandro Gil Fernández, por la amplitud de su alcance y la concatenación que tendrán en las formas de actuar los colectivos laborales y trabajadores en general, incluido el sector no estatal.
Destaca en particular la voluntad de innovación y la valentía de asumir el riesgo de esos cambios profundos en medio de condiciones tan hostiles como las que provoca hoy la pandemia, que impactan en la economía cubana junto con nuestras persistentes dificultades internas sin resolver.
La búsqueda efectiva de una mayor autonomía en la gestión empresarial, la flexibilización y ampliación de modalidades del trabajo por cuenta propia y del cooperativismo, el incentivo real a las exportaciones y la sustitución de importaciones mediante mecanismos novedosos para beneficiar a los productores, y hasta el anuncio de próximas modificaciones en la comercialización y financiamiento de las producciones agropecuarias, entre otras disposiciones, son pasos que para nada pecan de conservadores y representan una especie de “huida hacia adelante” para tratar de superar este momento tan complicado.
Por supuesto, hay problemas y necesidades que a fuerza de su reiteración ya nos suenan viejos, como una participación mayor de la base en la planificación, la venta de los inventarios ociosos, la regulación más financiera y menos administrativa de los recursos, o hasta el encadenamiento productivo entre diferentes actores y sectores de la economía, lo cual indica que es preciso una mayor exigencia y agresividad en su aplicación.
Lo que sí dejó claro este período legislativo es que durante este “año duro y desafiante”, como llamó al 2020 el Presidente Díaz-Canel, y también en lo adelante, la continuidad y buen paso de la Revolución dependerá de nuestro talento y capacidad para crear.