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3er Lugar Concurso Cuba Deportiva: Ese sí es Muñoz

Pablo Idalberto Capó,  de la Provincia La Habana

Apenas tenía yo poco más de 10 años y ya papá me había contagiado sobremanera con su simpatía por el Antonio Muñoz, el Gigante del Escambray, cuando vivíamos en aquel humilde hogar de la finca Tres Hermanas, a 11 kilómetros del poblado de Camajuaní.

A caballo teníamos que recorrer un gran trecho para verlo por televisión. Mi padre siempre me incluía en los viajes al estadio Sandino, donde le exigía sentarme por la banda de primera, “pa’verlo cerquita”. Y en las tardes beisboleras, mientras trabajábamos la tierra, nos hacíamos acompañar de un radio para escuchar cada una de sus jugadas y batazos.

Antonio Muñoz. Foto: Archivo

No tardé mucho en percatarme de que aquella predilección se asentaba no solo en la calidad deportiva del pelotero, sino además en su calidad humana. Mi progenitor se identificaba con él por su sencillez, humildad, cubanía, disciplina y consagración, atributos que abundan en los hombres de campo y que supo mostrarles a  sus cuatro hijos.

Durante más de dos décadas papá y yo perseguimos todo lo que aconteció en la vida deportiva del también conocido como Hijo del Condado; y hasta llegué a conformar una pequeña minibiblioteca. Recuerdo que una inesperada inundación a finales de la década de los años 70 destruyó decenas de nuestras pertenencias y afectó también mi querida colección.

Curiosamente, una foto en la que aparecía el Comandante en Jefe  con varios peloteros, entre ellos Muñoz, salió ilesa de la catástrofe, y en medio de su pesar papá exclamó: “Muchacho, ni un remolino de agua puede con la fuerza de esos dos gigantes juntos”.

Nuestro delirio por la gran figura del Escambray se hizo mayor con su famoso jonrón frente a Japón en el mundial de 1980, batazo que pudimos ver por televisión en nuestro hogar campestre, ya electrificado por la Revolución. La familia y vecinos nos juntamos  para saltar de alegría poco después de que mi tío Neno gritara  enfáticamente mirando a mi papá: “Andresito, prepárese para que la recoja en el platanal de Bartolo”.

El retiro del famoso número 5, justo cuando lideraba no menos de seis departamentos ofensivos en series nacionales, nos agarró por sorpresa. Ese día vi llorar a mi viejo por primera vez. Para nosotros dos la pelota cubana quedaría dividida en dos eras cuan reloj de tiempo: la de Antonio Muñoz (AM) y la posterior a Muñoz (PM).

No dejamos de seguirlo. Le deseábamos éxitos como director de los elefantes cienfuegueros. Nos bebimos con ansiedad los libros que le dedicaron. Supimos que apareció cargado de implementos deportivos para los niños sureños al regreso de su periplo por Italia. Votamos por su elección entre los 100 atletas del pasado siglo. Aplaudimos su inclusión en el Salón de la Fama del béisbol cubano  y nos sumamos a la preocupación del pueblo por su enfermedad.

Un día, en octubre del 2014, cuando trabajaba y vivía en Cienfuegos, fui a visitar a mi viejo a Camajuaní, adonde se había trasladado a vivir por motivos de salud, y quise sorprenderlo: “Papá, ¿sabe usted que su pelotero preferido anda por Miami soltando veneno por la boca, hablando mal de Cuba y la Revolución?”, le dije, y al momento reaccionó como fiera herida: “Nooo, tú me estas engañando. Ese no es Muñoz”.

Entonces coloqué en su oído el celular, pues ya mi padre había perdido la vista, y dejé correr la grabación de una entrevista concedida por el expelotero a medios de prensa en Estados Unidos, en la que concluyó diciendo: “Yo si soy revolucionario porque nací en Cuba…me eduqué con la Revolución, vivo con la Revolución y muchas oportunidades tengo allí”.

Acto seguido le coloqué mi pañuelo en su mano derecha y lo reté: “Ahora le toca el turno al bate, quítese el sudor, acomódese la manga al estilo del Gigante y hágale swing a la bola”. ¿Qué le parece ese batazo? acabé preguntándole. Papá se secó las lágrimas y dijo con voz entrecortada: ¡Carijo qué bueno está eso! Ese sí, ese sí es Muñoz.

Mi padre, quien falleciera pocos años después, tenía la razón. Ese fue, es y será nuestro paradigma de pelotero, para quien no han sido pocos los lanzamientos de admiración desde la “lomita” de los afectos más íntimos. Antonio Muñoz Hernández, el ídolo de muchos, el Gigante de miles, ha sabido jonronear siempre por Cuba.

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